Relato fantástico perteneciente a la antología La imaginación también muerde.
Magia
Noto algo dentro de mí. Algo extraño que no debería estar ahí. Siento como si mis venas estuvieran llenas de lava fundida. Aunque no es una sensación desagradable. No quema por dentro, sino que me llena de una energía increíble. Me siento capaz de hacer cualquier cosa.
Lo más raro de todo es cómo esa curiosa energía llena mi cerebro. Parece que vaya a estallar. No, mejor dicho, ya ha estallado. Ahora puedo ver todo lo que me rodea. Pero no solo aquellas cosas mundanas que observan nuestros ojos. Sino todo lo que nos rodea. Puedo ver el aire, las volutas del calor que desprende el suelo a mi alrededor. Noto cada una de las fibras de mi cuerpo de un modo en que ningún ser humano ha podido notar nunca. Porque soy consciente de manera simultánea de todas las partes que conforman mi ser. Desde las más grandes, como mis órganos, hasta las más pequeñas, como las células que los componen. Creo que, si quisiera, podría controlar cada una de las moléculas de mi cuerpo.
La sensación es maravillosa.
Llevo un buen rato concentrado en esas pequeñas cosas que hacen que nuestro organismo funcione y nos dé vida. Son muchas más de las que jamás hubiera imaginado. Sin embargo, lo más increíble es el hecho de que pueda prestarles atención a todas a la vez. Parece que mi mente es capaz de ocuparse de cientos de cosas en un mismo instante.
Inspiro, expiro y me decido a abrir los ojos. Si solo con el resto de mis sentidos, mi cerebro y esta nueva energía que me recorre soy capaz de algo así, ¿qué será lo que vean mis ojos?
Vaya, menuda decepción. Lo único que tengo delante de mí es una vasta extensión de nada. El prado está tan vacío como siempre. En él solo hay hierba, pájaros y viento.
Vuelvo a concentrarme en mi interior, en ese torrente de energía que circula sin control por todo mi ser. Centro toda mi percepción en esa energía. Se parece a un pozo en el que, si quisiera, podría llegar a sumergirme. Un pozo en el que meter las manos y moldear su contenido a mi voluntad.
Poco a poco extiendo mis pensamientos para dar forma a unos zarcillos mentales con los que sondear esa energía.
Sí, está claro, puedo manejarla.
Zambullo mi consciencia por completo en ese pozo y empiezo a dar forma a su contenido. Nada demasiado complejo. Extiendo mis nuevos y potenciados sentidos a lo largo de la verde pradera y, a la par que elevo mi mano derecha, un pilar de roca surge en mitad de la hierba.
¡Esto es alucinante!
Concentrado, vuelvo a elevar los brazos y brotan del suelo otros tres pilares. Sonrío mientras buceo a lo largo y ancho de mis nuevas capacidades y doy vida a todo lo que me viene a la cabeza. Empiezo por una torre de cristal, tan alta que es difícil imaginar que algo así pueda sostenerse en pie. Pero el cristal es una mala combinación junto con el radiante sol de verano que tenemos. Así que oscurezco la torre. El resultado tampoco me gusta, por lo que la vuelvo a transformar. Esta vez en una torre de mármol blanco. Pero el mármol sigue reflejando el sol.
Espera, ¿no se supone que puedo hacer lo que quiera? ¿Y si hago que ese mismo mármol absorba los rayos del sol?
Listo. Delante de mí se erige una gigantesca torre blanca que, al mirarla, no daña la vista con el reflejo del sol.
A su alrededor empiezo a levantar distintas estructuras. Una casa, un palacete, una piscina que lleno con un agua cristalina extraída directamente de las nubes… El resultado es espectacular. Me quita el aliento observar el antiguo prado convertido en una auténtica mezcla de todos y cada uno de los pequeños caprichos de mi mente. Torres, rascacielos, casitas con jardín, edificios de oficinas… de todo. Aunque creo que puedo hacer algo mejor. Creo que también soy capaz de crear vida.
Me pongo a repasar todas las criaturas extrañas que puedo recordar. Selecciono un poco de aquí y otro poquito de allí. ¿Quién no ha querido ver nunca un verdadero grifo? Hecho. ¿Y si en vez de mitad león y mitad águila creo uno que sea mitad tigre? Hecho. Cada vez me cuesta menos crear y deshacer. Cuanto más practico, mayor facilidad tengo para hacer todo lo que puedo desear.
No sé cuánto tiempo llevo creando este pequeño y nuevo ecosistema que me rodea. Deben de haber pasado muchas horas. Sin embargo, sé que puedo seguir creando muchas más horas aún.
Lo hago hasta que noto como alguien me toca el hombro y rompe mi concentración.
—¿Qué es lo que haces aquí, chaval? Llevo horas observándote completamente quieto y con esa sonrisa embobada en la boca —pregunta el hombre—. ¿Estás bien?
—¿Que qué hago? ¿Acaso no lo ves tú mismo? —Respondo trazando un amplio abanico con mi brazo.
El hombre duda un momento y luego me contesta.
—¿Perder el tiempo?
Como una ilusión mis creaciones parpadean durante una milésima de segundo para luego estallar en mil pedazos y desaparecer ante mis ojos.
—Yo… yo… solo estaba probando mis límites —digo.
—¿Límites? ¿De qué?
—Pues cuáles van a ser… ¡los de mi imaginación! —contesto.
—Ah… vaya… —parece sorprendido—. ¿Y los has encontrado?
—No. Y estoy convencido de que no los voy a encontrar nunca.
El hombre estalla en carcajadas al ver mi expresión.
—No te preocupes, chaval, ya verás como cuando crezcas dejarás de preocuparte por esas cosas.
«Espero que no», pienso para mí.
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