Tendría que remontarme muchos años para llegar a la primera vez que alguien me dijo hecho es mejor que perfecto. Casi podría decirse que llevo toda la vida escuchando esa maldita frase.
Sin embargo, esa maldita frase encierra una de las mayores verdades que te vas a encontrar en tu vida literaria. Por eso, porque es muy cierta y yo me la paso siempre por el forro de los… cojines, quiero contarte por qué deberías hacerle caso y por qué me es tan difícil hacérselo.

Índice del artículo
Hecho es mejor que perfecto
Cada vez que aprendes una nueva habilidad, sea la que sea, entran en juego varios factores. Algunos los puedes controlar y acelerar empeñándote más, esforzándote más o con un buen maestro, y otros no puedes.
Uno de ellos, quizá el más importante, es la experiencia. Por muy bien (o mal) que se te de hacer algo, cuantas más veces la repitas, mejor la harás (o más fácil te será hacerla). Esa experiencia es la que te convertirá en un experto en la materia y la que te hará mejorar.
Sí, es cierto que el maestro, la habilidad, el esfuerzo… también te ayudarán a hacerlo mejor, pero es innegable que cuanto más tiempo trabajes en ese aspecto de tu vida, más profundo será ese aprendizaje y mejor harás las cosas.
Y aquí es donde entra el famoso hecho es mejor que perfecto.
Las historias hay que terminarlas
Hay veces que parece que escribir es una cuestión de prosa. Lo que importa es contar las cosas bien, enganchar al lector, sumergirlo con nuestras palabras…
Sin embargo, por encima de eso hay temas un poco más etéreos que requieren de cierta práctica y que no se pueden aprender con fuerza bruta.
La primera y más evidente es que si no terminas tu historia, nadie la leerá. Y si nadie la lee, nadie podrá opinar sobre tu texto, tu trama o tus personajes. Lo que, dicho de otro modo, hará que nunca evoluciones como escritor.
La segunda, es que si no consigues terminar esa historia, no sabrás si realmente eres capaz de hacerlo.
Y la tercera es que tú eres tu mayor enemigo a la hora de no terminar esa historia.
Las excusas
Hay miles de excusas a la hora de invertir los factores del hecho es mejor que perfecto. No es lo bastante bueno, tengo que mejorar esto, lo otro, mi narrador apesta, la trama es lineal, los personajes son planos, soy un fanático de la adjetivación, o de la adjetivación anglosajona… o de lo que te de la gana.
El caso es que tú, el escritor inseguro que llevas dentro, te pones a ti mismo clavos en el camino.
Claro que una historia siempre es mejorable, claro que tu trama podría mejorar, que tus personajes podrían ser más creíbles o que tu estilo podría ser más limpio. Incluso el de Pérez Reverte, el de Stephen King o el del escritor que te de la gana. Sin embargo, si no terminas tu historia vivirás anclado en esos mismos fallos por toda la eternidad.
La crítica, tu mejor aliada
Es muy difícil evolucionar como escritor por uno mismo. Leer mucho es una de esas cosas que todos te dirán que te harán mejor escritor, pero, ¿sabes qué? eso no es más que una patraña para echar balones fuera.
El que de verdad te va a hacer evolucionar es aquel que coja tu historia, la lea con ojo crítico y una buena dosis de criterio, y te diga lo que realmente piensa.
Y no me refiero a tus colegas, tus padres, tus hijos o tus amantes. Me refiero a alguien aséptico al que no le importe decirte que tu historia no funciona, que tu estructura apesta o que tu protagonista se arrastra por la trama empujado por las acciones de otros en lugar de las suyas propias.
Para eso, impepinablemente, hecho es mejor que perfecto.
Siento decirte que no existe nada perfecto.
Tu ego, tu peor enemigo
La escritura es algo muy personal. Ponemos una parte muy importante de nosotros mismos en cada palabra y cometemos el error de entender las críticas a su contenido como una crítica hacia nosotros mismos.
Sin embargo, para crecer hay que ser capaz de ver los errores que cometemos. Y siento decir que es muy difícil ver los errores propios. Tenemos una ceguera selectiva brutal ante nuestros propios textos que a veces no tenemos con los demás.
Por eso te recomiendo buscar a ese mentor, lector editorial, editor… que te ayude a ver tus propios errores. No como algo destructivo (oh, mami, mira qué mal escribo) sino para que busques la manera de reenfocar tus esfuerzos para que den un fruto un poco más perfecto que el anterior.
Pero, repito, para poder recibir esa crítica que destroce tu ego el texto tiene que estar hecho, no perfecto.
En busca de la perfección
El problema que surge de todo esto, es que ese hecho es mejor que perfecto (sumándole a un mentor con una buena crítica) siempre resulta en un retrabajo inevitable.
Nos damos cuenta de nuestros errores de forma y contenido, aprendemos cómo estarían mejor hechos y volvemos sobre nuestros pasos para tratar de enmendar nuestras cagadas. Y eso hace que leamos, releamos y rererererecorrijamos nuestra historia.
Como te decía al principio, yo no suelo comulgar con el hecho es mejor que perfecto. No porque me atasque a mí mismo en la primera fase de la escritura (el primer borrador), sino porque una vez terminado me doy cuenta (o más bien, me ayudan a darme cuenta) de que he cometido un número abismal de errores.
Y aquí es donde llega la pregunta del millón.
¿Cuándo decir basta?
Si bien es imposible arreglar un error que no sabemos que está ahí, es muy difícil obviar un error que sabemos que está ahí.
Si te dicen que tu narrador apesta, que dificulta la lectura y estropea la historia, pero que tú mismo tienes la clave en otro de tus narradores (que es fantástico y enamora)… ¿Qué haces?
¿Serás capaz de no tocar a tu narrador apestoso y publicar sin corregirlo? ¿O te verás obligado a reescribir a ese narrador apestoso para dejarlo niquelado y fantástico?
Yo, por ahora, soy incapaz de dejar pasar los errores que aprendo de mí mismo en cada relato, antología o novela que escribo. Créeme, que acabo de empezar la reescritura del manuscrito de Mariposas de Acero gracias a los comentarios de mi mentora. ¿Podría publicarlo ya? Sí. ¿Estaría satisfecho con el resultado? No. Entonces, ¿quién manda en esta ecuación? Mi tranquilidad emocional. Y yo, mal que me pese, para estar tranquilo tengo que saber que he hecho todo lo posible según mis habilidades actuales… y me temo que mis habilidades actuales son suficientes para transformar este manuscrito en algo mucho mejor.
Lo que sí puedo decirte es que tengo un número limitado de intentos de arreglar una misma historia.
En definitiva
Está bien hacer caso de la gente que te dice que hecho es mejor que perfecto, pero siempre tienes que escuchar a tu voz interior. La mía, por ponerte un ejemplo que se sale de la norma no escrita de publica mucho, publica rápido, me permite publicar si soy ciego a mis errores y me impide hacerlo si sé a ciencia cierta que he cometido errores solucionables.
Por eso, este año, uno de los que más he escrito a lo largo de mi carrera, me temo que Mariposas de Acero no verá la luz. Porque hecho es mejor que perfecto siempre y cuando mi voz interior no me diga que la historia será mejor si cambio unas cuantas cosas y reescribo un par de trozos.
Esta web utiliza enlaces de afiliación de Amazon. Cada vez que compras algo a través de ellos, estás apoyando mi trabajo con un pequeño porcentaje de lo que gastes.
¿Tomamos un café?
Cada semana, a media mañana del sábado, me tomo un café virtual con mis suscriptores, charlando sobre un tema exclusivo que no aparece en esta web.
Además, recibirás un relato de REGALO.
Marcelo dice
Hola, David: Coincido con lo que dices en la entrada y, sobre todo, en el remate. Te lo cuento como ex perfeccionista que aprendió a terminar sus manuscritos. Un abrazo, Marcelo
Sinjania dice
Buen (y útil) artículo.
La verdad es que el mantra de «hecho mejor que perfecto» es un tanto engañoso; y si lo aplicamos a la escritura, puede llegar a ser una trampa mortal…
Más bien habría que tomarse el adagio como una advertencia frente al afán de perfeccionismo que atenaza a algunas personas. Está bien ser puntilloso y cuidar al máximo aquello que hacemos (bien sea escribir, bien cualquier otra actividad), pero la minuciosidad tiene un límite y hay que comprender que, llegados a cierto punto, hay que poner el punto final (nunca mejor dicho si hablamos de escribir) y darlo por concluido.
Centrándonos en la escritura, el amor por el detalle (bendito, como diría Nabokov) es imprescindible. Pero es indudable que hay que saber cuándo parar, cuándo dejar de revisar y cuándo considerar que el libro está terminado. Es posible que ni siquiera así nuestras cabezas terminen de repasar lo ya escrito (muchos escritores corrigen y reelaboran antiguas obras), pero de otra forma jamás podríamos dar por terminado un solo proyecto. Y sin libro, no hay escritor.
Un saludo.
David Olier dice
Muchas gracias por pasaros a comentar desde Sinjania 🙂
La verdad es que es un balance muy difícil. Por un lado, como bien decís, sin libro no hay escritor. Pero por el otro, con un mal libro tampoco hay un (buen) escritor.
Yo, por ahora, he apostado por tardar más en sacar mis libros, pero pasarlos por una serie de filtros (externos y propios) muy estrictos, para no encontrarme con un libro que dé una imagen equivocada de lo que hay detrás. El trabajo es mayor, aunque el resultado final va a ser muchísimo mejor que lo que hubiera salido aplicando el «hecho es mejor que perfecto» a rajatabla.
Quizá no hay que ser un detallista consumado, pero hoy en día se publican demasiadas obras con una rapidez exagerada que dejan ver una serie de errores fácilmente salvables con un poco de dedicación extra. Las correcciones, apoyadas sobre la opinión de un buen experto, deben hacerse con tiempo y calma. Tanto para aprender a ser mejor escritor como para ofrecer una historia con una calidad mayor.
Aunque sobre esto hablaré dentro de poco…
¡Un saludo!