Este relato se escribió utilizando el ejercicio de escritura número 1 de esta web.
El pequeño humanoide dio vueltas sobre sí mismo en una danza absurda y ridícula. Parecía perdido y loco, a punto de estallar a la vez en lágrimas y risas.
—Mierda, mierda, mierda… —lamentó Isshac—. ¿Ahora cómo vamos a encontrar nuestra nave, Xyak? ¡Eres un auténtico zopenco! No se te puede hacer caso… no, no, no, no.
El aludido abrió los ojos con una sorpresa tan grande como fingida. Curvó los labios en una mueca cargada de sorna hasta que de sus viejos y marchitos labios terminó brotando una sonora carcajada.
—Me das risa Isshac —dijo Xyak sin parar de reír—. ¿Dónde está tu sentido del humor? Te estoy dando la oportunidad de disfrutar de este… magnífico paisaje.
—¿Magnífico? ¿Paisaje? Me has traído al culo de la galaxia, a un planeta con forma de enorme plasta de fynzk en busca de… ¡sigo sin saber de qué! Y vas tú y…
—¿Y qué? ¿Y te digo que lances el localizador con todas tus fuerzas?
—¡Exacto! —contestó agitando enérgicamente la cabeza—. Me juraste que el viento me lo devolvería y que lo haría trayendo la llave de regreso a casa, que…
—¿Y desde cuándo haces caso a tu fantástica cabeza parlante? —esta vez la risa le hizo tambalearse en su soporte metálico—. ¡Eres aún más tonto que yo!
Isshac se quedó pensativo unos instantes. La inteligencia no era uno de sus puntos fuertes, ya lo sabía, aunque notaba que se le estaba escapando algo. Xyak siempre se la había tenido jurada desde que perdió aquella absurda apuesta. Suicidarse en aquel planeta era demasiado hasta para él. Todavía tenían mucho camino que recorrer antes de poder volver a casa.
No pudo evitar sonreír ante el recuerdo de aquella partida de Ximun dice. Aquella que jugaron tanto tiempo atrás y en la que su compañero perdió la cabeza.
Por aquel entonces, demasiado aburridos para hacer nada, empezaron a hacer apuestas cada vez más absurdas. Absurdas y costosas para ambos. ¿Qué mas les daban unos pocos cientos de años de servidumbre cuando entre los dos acumulaban casi diez mil?
Al final, viendo que iba a perder la partida, se dio por vencido y dijo la primera estupidez que se le ocurrió. Suponía que su compañero sacaría el reglamento interestelar unificado de Ximun dice, pero Xyak no lo hizo.
—¡Ximun dice que te cortes la cabeza! —gritó entre risas—. ¿Quién es el tonto aquí?
—¿¡Y quién es el que ha lanzado el localizador a tomar por culo en un planeta con más azufre que los baños de la estación NGC 6822!?
—Eres idiota. Me dijiste que era un vulgar holoplato… —dijo Isshac ya sin risa.
—¿Y vas tú y me crees? Llevo casi un siglo queriendo devolvértela… ¿y tú me crees?
Ahora fue Xyak el que estalló en una carcajada incontrolable que escoró el disco que transportaba lo poco que quedaba de él.
—¿Qué es lo que esperabas? —prosiguió—. ¿Que una ninfa galáctica apareciera sentada en ese plato preparada para satisfacer todos tus infames deseos?
Otra carcajada hizo que Xyak empezase a dar vueltas como un loco.
—Pero… me dijiste que en este planeta… el viento…
—¿…traía deseos a paletos espaciales? —dijo entre lágrimas.
—¿Y ahora qué vamos a hacer? El camuflaje de la nave es tecnología punta y me has convencido también para salir con lo puesto, sin coger el kit de emergencia… ¡Nos has condenado!
—Pues sí, ya me había aburrido de este universo —respondió Xyak—. ¿No crees que ya es hora de dejarlos a todos en paz?
—Joder pues… ¡no! —espetó—. Todavía nos quedan muchas bromas por probar si queremos volver. ¡No llevamos ni la mitad!
Ambos llevaban una eternidad desterrados en aquel universo. Desterrados por ser demasiado sosos y demasiado serios. Nadie quería seres así en el lugar del que provenían y su castigo había sido ejecutar todas las bromas contenidas en el Teralibro antes de poder regresar.
—Pero no nos dieron la llave de vuelta, Isshac. Esa fue su última broma.
—Ya pero… —No pudo contestar—. Tienes razón, esto nunca ha tenido sentido.
—Además, ya empezaba a aburrirme de estos larguiruchos de carne rosa. A ellos sí que les falta sentido del humor.
—Pues sí, lo mejor será tumbarnos a echar la siesta.
—Será lo mejor, pero ojalá alguien nos despierte cuando lo descubran. —La cabeza parlante le guiñó un ojo a su compañero.
—¿Has hecho una broma sin mí?
—Sí. —Ensanchó su sonrisa mientras hablaba—: les he dejado un cronoagujero en el centro de su galaxia favorita. Más les vale espabilarse, porque solo tienen seis kilomilenos para descubrir cómo pararlo.
—Y luego…
—¡BUM! ¡Realidad colapsada!
Y así, entre carcajadas, jadeos y pataletas de risa, al menos aquel que todavía tenía piernas, ambos se quedaron dormidos en la superficie del planeta. Era imposible que supieran que su nave orbitaba a escasos trescientos metros sobre sus cabezas. El propio Xyak podría haber levitado para entrar en la zona de carga, desactivar el camuflaje y seguir pululando por el universo sin rumbo fijo.
Pero a veces las mejores bromas son aquellas que nunca se conocen.
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