Relato La sombra de un sueño, perteneciente a la antología La imaginación también muerde.
Fue uno de los primeros relatos que escribí, hace ya muchos años, cuando tenía como objetivo crear al menos una historia por semana.
Debo decir que es uno de los que conceptualmente más me gusta. La idea de que pudiera hacerse realidad me parece aterradora…
Edición 2022
Como parte de mis objetivos, estoy reeditando esta antología. Hace años que la retiré del mercado y me gustaría que volviera a ver la luz.
Este relato ha quedado mucho mejor en la nueva versión… Ya lo verás
La nueva edición está disponible aquí: La imaginación también muerde v2.
La sombra de un sueño
Abrió los ojos tembloroso y empapado en sudor. Aturdido y sin saberse despierto o dormido, intentó descubrir dónde se encontraba, hasta que el sonido estridente del despertador le dio la respuesta.
Estaba en su casa, dentro de la cama, y eran las seis de la mañana. La sensación de estar dormido se difuminó mientras tomaba consciencia de sus obligaciones.
Tardó unos segundos en moverse. Intentó, sin éxito, recordar cuáles eran los sueños que había tenido. Por su agitación, sabía que habían sido muchos, vívidos y muy extraños. De ellos, sin embargo, no recordaba una sola imagen, algo insólito en él, tan solo las sensaciones que le habían dejado. Sensaciones siniestras y oscuras por las que todavía le palpitaba el corazón, tenía el vello erizado y el sudor frío de la espalda discurría con libertad.
Se levantó, fue al baño y sumergió la cara en el agua gélida que salía a esas horas tan tempranas. Sin embargo, fuera lo que fuera ese sueño oscuro y opresivo, se había apoderado de él y no quería soltarlo. Una pesadilla que le estaba persiguiendo hasta la vigilia.
Bajó a la cocina, concentrado en los crujidos de las escaleras de madera de la casa victoriana de uno de los mejores barrios de San Francisco en la que vivía. Sonidos que le recordaban a su niñez, a sus veranos en el campo, a sus abuelos, a las risas de sus primos y a la calidez de quien todavía no sabe lo dura que es la vida en realidad. Una vida vacía, llena de sinsabores, falsas amistades, medias verdades…
Chocó contra la mesa de la cocina y lanzó un aullido de dolor. Estaba claro que nada iba a salir bien aquella mañana. Su estómago rugió molesto y una punzada en la sien le recordó lo mal que le sentaba el alcohol y lo mucho que había tomado la noche anterior. Una cena de empresa a la que no quería ir, pero en la que debía estar si pretendía que su carrera prosperase.
Una sensación espeluznante le escoció en la nuca, justo en la base del cráneo, sintonizada con precisión con le de esas pesadillas que no recordaba.
Algo no iba bien.
Desechó la idea de desayunar y decidió que lo único que podría calmar sus nervios, su resaca y sus sueños, sería una buena ducha caliente. Liberar tensiones, dejar que se hundieran en las profundidades del desagüe…
Salió de la cocina y echó un último vistazo a la mesa con la que acababa de destrozarse el dedo meñique del pie derecho. Hubiera jurado que estaba unos centímetros más cerca de la puerta de lo que debería. Sacudió la cabeza, se frotó los ojos y resopló.
Estaba comportándose como un crío.
Al llegar a la escalera, escuchó un murmullo que le hizo darse la vuelta con un sobresalto. Un susurro tan leve, procedente de la cocina, que hasta ese instante le había pasado desapercibido.
Quizá había estado demasiado encerrado en sus pensamientos y había puesto la cafetera al fuego de manera mecánica, como todas las mañanas. Sin embargo, el murmullo cesó cuando puso un pie dentro de la cocina. Los fuegos estaban apagados, la cafetera guardada en el armario y nada, además de su respiración, emitía sonido alguno.
Aturdido y cubierto todavía por la pesada carga que estaban siendo los sueños de aquella noche, volvió hacia la escalera.
Tenía la tortuosa sensación de saber que los sueños habían sido importantes. Que eran importantes para él y que necesitaba recordarlos. Pero su frustración crecía al ver que su mente no podía alcanzar ninguno de ellos. Se acercaban lo suficiente a su parte consciente como para crearle una falsa esperanza que se desvanecía en una sensación asfixiante cada vez que se enroscaban más y más hondo en su subconsciente.
Agarrado al pasamanos, incapaz de subir las escaleras, sus ojos captaron durante un instante algo de movimiento. Una masa de oscuridad antinatural que corría fugaz por el margen de su visión. El corazón empezó a latir con más fuerza, sus músculos se tensaron, se le secó la boca y giró en redondo. El miedo amenazaba con superarlo.
Detrás de él no había nada más que la serenidad de la primera hora de la mañana. Lo único distinto que había en la casa eran su resaca y su cansancio, el resto permanecía invariable.
Trató de reírse de sí mismo, plantado en mitad de su salón, con casi cuarenta años, en pijama, somnoliento y apestando al humo de los puros y el alcohol derramado durante la fiesta de anoche. Los tenues rayos del amanecer le calentaban la espalda lo justo para no sentir frío e iluminaban la estancia por completo. Ese era el mundo real, un mundo sin fantasías, sin fantasmas, en el que los sueños solo eran sueños.
Se obligó a soltar una carcajada que sonó pastosa y hueca. Algo más parecido al gruñido lastimero de algún animal agonizante que a una risa humana. La tos se encargó de cortar aquel conato de risa y le hizo doblarse por la mitad. El sol ya no le pareció tan cálido, ni la habitación tan iluminada. La luz del invierno hizo que su salón pasase de acogedor a tenebroso.
Antes de que esos temores absurdos se sumasen a los que ya sentía, salió corriendo hacia el baño y se encerró entre sus blancas y bien iluminadas paredes.
El agua tibia le ayudó a serenarse; con los ojos cerrados y las manos apoyadas en la pared, dejó que lavase sus miedos. Sintió como resbalaban por su cuerpo junto con los restos de jabón y desaparecían de una vez por todas en las profundidades de su casa.
La noche había sido larga y el alcohol excesivo. Esbozó una sonrisa. Cuerpo y mente trataban de decirle que ya no estaba preparado para fiestas como esa. Aunque una buena ducha le hiciera sentir un poco mejor.
Al relajarse, con la cabeza metida bajo la ducha, volvió a sentir que algo se movía tras él. Sabía que era absurdo, que allí solo estaban él, el agua y el vapor de una temperatura excesiva, pero giró la cabeza para desechar sus miedos y volver a sentirse en paz consigo mismo.
Tal y como esperaba, detrás de él solo flotaba un vaho cargado por los aromas del jabón. Fue cuando volvió a mirar hacia delante, cuando se encontró con una figura horrible y deforme situada justo entre sus brazos. Su rostro pútrido situado a escasos centímetros de su cara, con un cuerpo oscuro como la noche y unas deformes figuras humanoides descomponiéndose y moviéndose por debajo de la sucia y raída túnica que llevaba. El agua que caía sobre aquella cosa dejó de ser transparente y se tornó negruzca y viscosa.
El terror le hizo lanzar un grito y caerse de bruces contra el suelo mientras trataba de huir.
Al mirar hacia arriba, dolorido, con la intención de salir corriendo de la bañera, comprobó con alivio que la figura ya no estaba. El agua transparente y limpia discurría con suavidad y él volvía a estar solo en aquella ducha. Sintió que su corazón se saltaba un latido tras otro. Al cuarto, volvió a arremeter con toda la fuerza de la que era capaz. Cien, ciento cincuenta, doscientas, no hubiera podido decir a cuántas pulsaciones empezó a bombear. Lo único en lo que pudo pensar era en el milagro de que no estallase allí mismo.
Desnudo y chorreando, se lanzó a la carrera para huir de aquel baño maldito. Entró en su cuarto y cerró la puerta con fuerza. Allí estaría a salvo de lo que fuera que le perseguía. Tenía que dormir un poco más, relajar su mente y volver a la cama. Todos entenderían que un día como aquel fuera al trabajo un par de horas tarde.
La sensación de alivio por tener un plan le ayudó a ralentizar el ritmo desbocado de su corazón, aunque tuvo que apoyarse, exhausto, contra la puerta y cerrar los ojos para calmar su respiración.
Cuando por fin se decidió a abrirlos lanzó un grito todavía más desgarrador que antes. Delante de él, flotando por encima de la cama, había dos presencias idénticas a la que le había aterrorizado en el baño. Solo que estas eran más nítidas, más sólidas y más espeluznantes. Sus instintos más primarios intentaron evitar el contacto visual con aquellas cosas, pero sus párpados no fueron tan rápidos como su cerebro. Este tuvo el tiempo justo para procesar lo que sus horrorizados ojos se habían negado a observar: unos rasgos pálidos y demacrados que caían flácidos sobre unos rostros sin carne en los que crueles pozos de oscuridad infinita miraban hacia lo más profundo de su alma. Lo que antes había confundido con una túnica raída era en realidad un manto macabro tejido a base trozos de carne humana ennegrecida por el fuego. Las costuras, a pesar de sus ojos cerrados, tomaron una nitidez insoportable e irreal en el interior de su mente, unas costuras que encerraban algo más que la carne de aquellos desdichados.
Un olor nauseabundo penetró en él y llevó su mente al terror más absoluto, a un miedo primordial y básico tan intenso que pensó que moría. Un olor que convertía la escena en algo real y del que sus temblorosos párpados no podían protegerle.
Las criaturas empezaron a emitir un rasposo y tosco sonido en el instante en que él se impulsaba fuera de su cuarto. Lo hizo mientras gritaba con todas las fuerzas que fue capaz de reunir, notando cómo algo se rompía dentro de su voz. Iba desnudo, pero eso no le importó. Solo necesitaba salir de aquel espantoso lugar que antes había sido su casa.
Antes de girar el pomo de la puerta de su casa y escapar, escuchó con claridad el murmullo despiadado de las criaturas. Algo parecido a risas burlonas, crueles y llenas de odio que penetraron en sus oídos hasta límites imposibles.
Con cada una de las fibras de su ser temblorosas, abrió la puerta y se abalanzó hacia la salvación de la luz de la mañana. Su fogonazo le vació la mente y lo transportó al lugar que le correspondía.
Abrió los ojos tembloroso y empapado en sudor. Aturdido y sin saberse despierto o dormido, intentó descubrir dónde se encontraba, hasta que el sonido estridente del despertador le dio la respuesta.
Estaba en su casa, dentro de la cama, y eran las seis de la mañana. La sensación de estar dormido se difuminó mientras tomaba consciencia de sus obligaciones.
O eso creería durante el resto de la eternidad.
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