Relato La sombra de un sueño, perteneciente a la antología La imaginación también muerde.
La sombra de un sueño
Abrió los ojos tembloroso y empapado en sudor. Aturdido y sin saberse despierto o dormido intentó descubrir dónde se encontraba, aunque el estridente sonido del despertador le ayudó a recordarlo. Estaba en su casa, dentro de su cama, y eran las 6:00 de la mañana. El sueño se difuminó mientras tomaba conciencia de sus obligaciones.
Tardó unos segundos en conseguir moverse. Intentaba, sin éxito, recordar alguno de los sueños que había tenido. Por su agitación sabía que debían de haber sido muchos y muy extraños, aunque solo era capaz de recordar las sensaciones que le habían dejado. Sensaciones siniestras y oscuras que le hacían palpitar el corazón y le erizaron el vello del cuerpo. Luchó contra la bruma de la somnolencia. Quería poder desprenderse del mal cuerpo que le habían dejado las pesadillas, pero no conseguía dejarlas atrás. Hasta que, haciendo acopio de fuerza de voluntad, se levantó y bajó a prepararse un café.
Con la taza llena de energía humeante calentándole las manos, sentado en la mesa de su cocina, se dio cuenta de que seguía notando una sensación escalofriante en la base del cráneo. Los malos sueños se negaban a dejarle marchar.
«Todavía no me me he terminado de despertar –pensó—. Siempre que bebo me pasa lo mismo. Malditas cenas de Navidad…».
Dejó la taza de café, vacía, en la pila y se encaminó hacia el salón. Si no se daba una ducha pronto no sería capaz de despejarse. Cuando llegó a los pies de la escalera algo hizo que volviera sobre sus pasos. Un murmullo, un susurro tan leve que la parte consciente de sí mismo no lo había detectado, procedente de la cocina atrajo su atención. Quizá se había dejado el fuego, la cafetera sobre él o el frigorífico abierto. Sin embargo, no había nada extraño en la cocina. Ningún sonido, ningún murmullo.
Sacudió la cabeza, aturdido y cubierto todavía por la pesada carga de los sueños de aquella noche, y volvió hacia la escalera.
«¿Qué es eso que he soñado y me tiene tan alterado?», volvió a pensar. No conseguía deshacerse de la tortuosa y frustrante sensación de saber que esos sueños habían sido importantes. Que eran importantes y vitales para él y que debía recordarlos. Pero su frustración crecía cada cada vez que conseguía acercarse a sus recuerdos y estos le esquivaban como si fueran una serpiente que se enroscaba más y más dentro de su memoria.
Todavía abajo, incapaz de subir las escaleras, sus ojos creyeron captar durante un breve instante algo de movimiento. Una masa de antinatural oscuridad que pasaba de manera fugaz por el margen de su visión. El corazón le empezó a latir con fuerza, los músculos se le tensaron, se le secó la boca y giró en redondo. El miedo amenazaba con dejarle paralizado.
Detrás de él no había nada más que la serenidad propia de la primera hora de la mañana. Lo único distinto que había en la casa eran su resaca y su cansancio, el resto permanecía invariable.
Trató de reírse de sí mismo, plantado en mitad de su salón, con casi cuarenta años, en pijama, somnoliento y apestando al humo de los puros y al alcohol derramado durante la fiesta de anoche. Los tenues rayos del amanecer le calentaban la espalda e iluminaban la estancia por completo. ¿Cómo podía nadie asustarse en una situación así? En su mundo no había fantasmas, y sus sueños solo eran eso: sueños.
Soltó una carcajada que sonó pastosa y hueca. El sonido que escapó entre sus labios parecía el lastimero gruñido de algún animal agonizante, no la risa de un ser humano. La tos se encargó de cortar aquel conato de risa y le hizo doblarse por la mitad. Sin embargo, el sol ya no le pareció tan cálido, ni la habitación tan iluminada. La tenue luz del invierno hizo que su salón dejase de parecerle acogedor y empezase a parecerle frío y tenebroso, carente de vida y desagradable.
Antes de que esos absurdos temores calasen aún más hondo, él salió corriendo hacia el baño y se encerró con un sonoro portazo.
El agua tibia le ayudó a serenarse. Con los ojos cerrados y las manos apoyadas en la pared dejó que el agua lavase todos sus miedos. Sintió que estos fueran resbalaban por su cuerpo junto con los restos de jabón y desaparecían por el desagüe de una vez por todas.
«Creo que todavía estoy borracho», pensó mientras esbozaba una sonrisa. La noche había sido larga, el alcohol había sido mucho y no tenía el cuerpo preparado para esos trotes. Sin embargo, el efecto balsámico de la ducha le hizo sentirse un hombre nuevo.
Al relajarse, con la cabeza metida bajo la ducha, volvió a sentir que algo pasaba detrás de él. Sabía que era absurdo, pero giró la cabeza para desechar sus miedos y volver a sentirse en paz consigo mismo.
Tal y como esperaba, detrás de él solo flotaba el vaho propio del agua caliente. Sin embargo, cuando volvió a mirar hacia delante, se encontró con una horrible figura y deforme situada entre sus brazos. Tenía el rostro pútrido situado a escasos centímetros de su cara. Tenía el cuerpo oscuro como la noche y pudo intuir unas deformes figuras humanoides descomponiéndose y moviéndose por debajo de la sucia y raída túnica que llevaba. El agua que caía sobre aquella cosa dejó de ser transparente y se tornó carmesí. Carmesí y viscosa, como si alguien se estuviera desangrando sobre sus cabezas.
El terror le hizo cerrar los ojos. Cuando los abrió de nuevo comprobó, aliviado, que la figura ya no estaba. El agua volvía a ser transparente y limpia y él volvía a estar solo en aquella ducha. Sintió que su corazón se saltaba un latido tras otro. Al cuarto, éste volvió a arremeter con toda la fuerza de la que era capaz. Cien, ciento cincuenta, doscientas, no hubiera podido decir las pulsaciones a las que empezó a bombear. Lo único de lo que podía pensar era en el milagro de que no estallase allí mismo, con el pánico corriendo sin control por sus venas.
—¿Qué mierda…? —balbuceó mientras salía de la ducha.
Desnudo y chorreando, se lanzó a la carrera para huir de aquel baño maldito. Entró en su cuarto y cerró la puerta de un portazo. Allí estaría a salvo. «A salvo… ¿de qué?». La sensación de alivio le ayudó a ralentizar el ritmo desbocado de su corazón, aunque se tuvo que apoyar, exhausto, contra la puerta y cerró los ojos para tratar de calmar su respiración. Cuando por fin se decidió a abrirlos de nuevo cayó de bruces contra el suelo. Delante de él, encima de la cama y flotando a escasos centímetros de ella, se encontraba una presencia idéntica a la que le había aterrorizado en el baño. Solo que esta era más nítida, más sólida y más espeluznante. Sus instintos más primarios intentaron evitar el contacto visual con aquella cosa, pero sus párpados no fueron tan rápidos como su cerebro. Este tuvo el tiempo suficiente para procesar lo que sus horrorizados ojos se habían negado a observar: Unos rasgos pálidos y demacrados poblaban un rostro sin carne en el que dos crueles pozos de oscuridad infinita y cruel parecían mirar directos hacia lo más profundo de su alma. Lo que antes había confundido con una túnica raída era en realidad un macabro manto tejido a base cabelleras cosidas, de manera burda, entre sí. Las costuras, a pesar de mantener los ojos cerrados, tomaron una nitidez insoportable e irreal en el interior de su mente, unas costuras hechas con lo que supo que habían sido tendones y ligamentos de los propietarios de los trozos de carne que ahora ayudaban a unir.
El rostro, desprovisto de toda semejanza con algo humano, poseía, además, un fulgor verdoso que desprendía un olor nauseabundo. Un olor que penetró en él y llevó su mente a locura, la muerte y a algo más primordial y básico que no fue capaz de distinguir. Un olor que convertía la escena en algo mucho más real y de lo que sus temblorosos párpados no podían protegerle.
Cuando la criatura empezó a emitir un rasposo y tosco sonido él se puso en pie, abrió la puerta y corrió. Lo hizo mientras gritaba con todas las fuerzas que fue capaz de reunir. Iba desnudo, pero eso no le importó. Lo único que necesitaba era salir de aquel espantoso lugar que había sido su casa. Cuando sujetó el pomo de la puerta de la casa, justo antes de girarlo y escapar, escuchó con dolorosa claridad el despiadado murmullo de la criatura. Algo parecido a una risa llena de burla, crueldad y odio que llenaba sus oídos hasta límites que no podían ser posibles.
Abrió la puerta y se lanzó a la luz de la mañana…
Abrió los ojos tembloroso y empapado en sudor. Aturdido y sin saberse despierto o dormido intentó descubrir dónde se encontraba, aunque el estridente sonido del despertador le ayudó a recordarlo. Estaba en su casa, dentro de su cama, y eran las 6:00 de la mañana. El sueño se difuminó mientras tomaba conciencia de sus obligaciones… o eso era lo que él creería durante el resto de la eternidad.
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¡Me ha encantado crack! A seguir así!!!
Gracias! 🙂
Un relato estupendo, me ha encantado. Reconozco que los textos largos tienen un efecto disuasorio en mí a la hora de leerlos, pero en tu caso me quedé tan enganchada por saber qué más ocurriría, que lo he leído de un tirón. Me gusta mucho tu forma de narrar, impecable 🙂
Un saludo y enhorabuena!!
¡Muchísimas gracias Julia! La verdad es que ese es el «reto» de cada relato: o engancha o nadie lo termina. Me alegra haber conseguido la primera 🙂
¡Un abrazo!
Muy bueno! «me gusta»
¡Muchas gracias!
Muy Interesante… Y ese final… Arggg!! Con esa frase de «le hiciera volver del mundo de Morfeo al mundo de los vivos… o eso sería lo que él iba a creer durante el resto de la eternidad…» Te deja más que pensativo sobre si se quedó realmente en el Mundo de los Sueños, en un Reino de Pesadillas o es su propio Infierno!! 😉
Me alegro de que te haya gustado 🙂 La verdad es que cuando empecé a escribirlo no tenía ese final en mente pero… mucho mejor dejarlo abierto a la imaginación de cada uno 🙂
Bueno Mr. Me he subscrito. Creo que es una señal clarisima de haber terminado tu relato. Man, que cruel, era mi descanso para el café, bueno, you know, no ha estado mal invertirlo en leer una buena historia. Saludos.
Muchas gracias por tus palabras John. Aunque pueda parecer mentira, no todos los relatos que escribo tratan sobre el género de terror. Si te apetece leer algo que te deje con un mejor sabor de boca, te invito a leer los relatos de «El Reloj» o «El Libro, La Piedra y el Ángel».
Un saludo!