Vivimos una situación excepcional que nos mantiene aislados en nuestra casa. Debemos hacerlo así para evitar el contagio de una enfermedad que, sin hablar de su gravedad intrínseca, amenaza con colapsar nuestro sistema sanitario. Y eso quizá no nos afecte directamente (siempre y cuando no necesitemos ir al médico), pero amenaza con tener consecuencias drásticas.
En este escenario, es importante que todos encontremos formas de pasar el tiempo que vamos a estar encerrados de la mejor forma posible.
Por eso yo, como escritor, quiero contribuir con mi pequeño granito de arena. He empezado una serie de acciones que os darán lectura gratuita mientras duren estos días tan duros (podéis consultarlas aquí) y, como parte de esas acciones, os publico este relato inédito hasta ahora.
Sobre el relato: Escritor 3.0
Este relato, escrito hace justo tres años, fue un experimento fallido de combinar relatos de diferentes escritores de distintos géneros hablando de un mismo tema. Lo guardé con mucho cariño, a la espera de juntar media docena de relatos de la misma longitud y temática para publicar una nueva antología.
Sin embargo, confieso que solo tengo tres relatos que cumplan con estos criterios.
Este Escritor 3.0 tiene casi 8000 palabras que hablan sobre la evolución del escritor del futuro en una distopía que, aunque lejana, podría llegar a suceder. Espero que os guste y que, si lo leéis, me dejéis un comentario con vuestras impresiones.
Y ahora sí, sin más preámbulos, os dejo el texto íntegro del relato. Sin trucos, sin trampas, sin «dame tu email y te envío el resto».
Escritor 3.0: El escritor del futuro
—Sé que ya lo he preguntado pero, ¿de verdad que es seguro?
El hombre engominado y vestido con bata que está sentado al otro lado de la mesa de caoba entrelaza los dedos antes de contestar. Es un movimiento preciso y premeditado que utiliza para que su interlocutor sienta que la pregunta es absurda y la respuesta evidente.
—Por supuesto, señorita Stevenson. La instalación corresponde a un proceso estándar que se realiza cientos de veces cada día. Nuestros especialistas efectúan dicho montaje un promedio de veinte veces por jornada —vomita los datos a gran velocidad y sin inmutarse—. Cada uno realiza mil horas de simulación antes de colocar el primero y todavía necesita otro millar más en un laboratorio de pruebas antes de poder acceder a instalaciones como esta, para el público apto. Así que la respuesta es sí, es seguro.
—¿Público apto?
—Es una manera de hablar, señorita Stevenson. Este producto no está disponible para nadie con una categoría social… inferior a la suya; no tiene que preocuparse por ello. El dinero no puede comprar algo como esto, se lo aseguro. Ponemos mucho celo en quién puede acceder a nuestros servicios. No querríamos que gente que no fuera como usted tuviera esta tecnología a su alcance, ¿verdad?
El mohín desaparece de la cara de la joven y su rostro se llena de satisfacción.
—¿Usted ha pasado por esto?
—Claro, señorita Stevenson. En Genomod todos los directivos tenemos instalada la última versión de…
—¡Eso también me interesa! —corta ella—. ¿Cuánto cuestan las actualizaciones? No quiero usar una versión que no esté a la última.
El entusiasmo que muestra es la única señal que necesita el hombre para confirmar que ha realizado una venta más. Sonríe, mostrando unos dientes demasiado blancos, y relaja su postura corporal.
—Con la instalación y el pago del programa que usted desee se le incluirán todas las actualizaciones futuras que necesite. Recibirá un holotoque cada vez que haya una disponible y podrá acudir a cualquiera de nuestros centros a realizarla.
Ella asiente entusiasmada. Ya solo queda un paso más.
—Coloque su huella digital en cada uno de los documentos. —La superficie de la mesa palpita y cambia de aspecto. Cuatro ventanas se deslizan por la recién desplegada pantalla de cristal líquido y se ordenan frente a la chica—. ¿Necesita tiempo para leerlos?
—¡Ni de coña! Quiero tener mi propio ModNC cuanto antes.
—Insisto en la importancia de mantener su instalación en secreto. Para asegurar su correcto funcionamiento es necesario que nada ni nadie de su entorno sepa que lo tiene.
—No, no —se apresura a responder—. ¿Cree que quiero que sepan que llevo uno?
Neal Clark mueve la mano derecha distraído. El sonido del hielo que golpea las paredes de su vaso le relaja más que el trago que echa después. Sabe que ha bebido demasiado, se lo dicen sus sentidos embotados, el zumbido que siente en el fondo de la cabeza y la botella de whisky vacía que descansa sobre la mesa, pero no puede evitar sentir que todavía no tiene suficiente.
«¿Ha sido el mundo el que ha evolucionado? —piensa mientras se levanta para coger otra botella—. ¿O he sido yo el que se ha quedado atrás?».
Desde que cerró el Portal de Historias Interactivas Personalizadas, PHIP, no ha conseguido ningún otro trabajo. De eso ya hace más de seis meses. Si en los próximos dos no encuentra una fuente de ingresos, perderá la ayuda para profesiones predigitales y no podrá pagar el alquiler, la comida, ni, lo que es peor, más whisky.
—Primero cayó el libro en papel, luego los libros electrónicos… y ni siquiera nos preocupamos —balbucea—. Cuando cerró Amabay, y el negocio literario a medida se desplomó, ya era demasiado tarde para reaccionar. Pero nacieron los holovids… ahí sí que nos quedamos todos sin trabajo. Putos holovids…
Abre el armario donde guarda el alcohol, el único que todavía contiene algo de valor, y coge una de las pocas botellas que le quedan. No se molesta en sacar más hielo del congelador. Se tambalea de vuelta al sillón y llena el vaso hasta el borde.
—Ya solo nos queda soñar con lo que fue, llorar por lo que no es y beber por lo que será.
Eleva la copa en una burla hacia su destino y apura el contenido de un trago.
A finales del siglo XXII la industria del entretenimiento se había convertido en el pilar central de una sociedad acomodada. Con todas las necesidades básicas cubiertas y la creación de cualquier objeto o componente en manos de las nuevas nanofábricas, los sectores primario y secundario desaparecieron. La única alternativa de trabajo que quedó para alguien como Neal, sin habilidades en diseño de software, programación o robótica, fue entrar en la industria del ocio.
Neal había crecido durante la última burbuja del entretenimiento activo. Su capacidad para crear historias y personajes complejos se sumó a la apariencia falsa de que la lectura podría resurgir de sus cenizas en aquella era. Fue el primero de la última promoción de la escuela de escritores. Desde entonces se había estrellado tantas veces que no conocía otra sensación.
Había fracasado en un intento por crear literatura a la vieja usanza, había fracasado al intentar entrar en la industria de los holovids y, aunque tuvo un éxito moderado vendiendo perfiles de personajes y desarrollando tramas para juegos digitales, también había fracasado en su resistencia a integrarse en un mundo cada vez más tecnológico y menos creativo.
Al final, la industria del videojuego también terminó prescindiendo de los escritores. Cuando llegaron los programadores psicológicos, los escritores no pintaban nada dentro de esa industria. Estos artistas de la mente convirtieron la creación de historias en algo irrelevante. ¿Para qué querría nadie diseñar nada si se podían leer las necesidades de cada uno, analizar la conducta humana global y crear una experiencia acorde con esos deseos? Ahora lo importante era mostrar aquello que cada jugador deseaba ver. Ya nadie creaba nada.
PHIP fue la única empresa que continuó requiriendo las habilidades de los escritores de la vieja escuela, y allí tampoco creaban las historias que él quería contar. Se limitaba a engrosar la base de datos de «historias tipo» desarrolladas por miles de escritores como él. Historias que tenían su base en aquello que los potentes motores de búsqueda online enviaban a PHIP como los «intereses» actuales de la sociedad. En ese mundo digitalizado, el lector solicitaba lo que quería leer, el buscador lo descomponía en parámetros esenciales para PHIP y esta los utilizaba para encontrar una historia adecuada para él.
Si en PHIP tenía poca libertad para crear una historia de su gusto, al tener que ceñirse a las predicciones del buscador, con los holovids eso se convirtió en algo irrelevante. Los implantes de transmisión neuronal consiguieron que fuera el propio usuario el que suministrara todos los datos de la historia que quería vivir. Sin diseño previo, sin historias creadas, sin nada más que sus pensamientos.
Y así nacieron los arquitectos holo. Gente más parecida a ingenieros, que diseñaba programas de lectura y análisis de datos neuronales y proporcionaba un entorno capaz de generar un holovid del gusto del consumidor. Ya no era necesario importar las historias, las tramas o los personajes. Ahora todo se genera como una simulación basada en los recuerdos y deseos de cada consumidor.
—La creatividad ha muerto —murmura Neal, apurando un segundo vaso.
Hace seis meses que PHIP quebró, y Neal no ve perspectiva alguna de que su situación laboral vaya a cambiar. Absorto en una nube de autocompasión alcohólica, tarda varios minutos en comprender que el hormigueo que siente en el brazo no es fruto del mal whisky.
Lleva ya tres semanas recluido en su apartamento, sin conexión con el exterior, bebiendo y lamentándose. Tiene el BraceCom silenciado desde entonces, y ni siquiera es consciente de que todavía le queda batería. Sin embargo, tras un instante de letargo alcohólico, consigue asociar la vibración y el chirrido que siente con el brazalete de comunicación que lleva en el antebrazo. Es entonces cuando se da cuenta de la importancia que tiene recibir un mensaje como ese.
El sistema de comunicaciones de Neal está configurado para que solo se active si llega alguna oferta de trabajo.
Kynaworld es la matriz empresarial más grande del mercado de los holovids de alta gama, y su sede lo demuestra. Neal contempla con admiración los matices infinitos de la luz que se refleja en las capas de cristal inteligente que cubren las paredes del edificio. Absorben los rayos del sol que inciden en ellas, aprovechan parte de la energía que contienen y los devuelven al exterior con una intensidad mucho menor. El efecto no solo proporciona electricidad al edificio, sino que rebaja la temperatura a su alrededor dos o tres grados y, además, elimina los efectos nocivos de los rayos ultravioleta del sol.
A pesar de la bendición que supone el descenso de la temperatura en una ciudad como la suya, el impacto cromático es todavía más sobrecogedor, casi fantasmal. La cascada de colores violáceos y azules cae sobre él y se suma a su resaca, enfriándole el ánimo. Se frota las manos, agita la cabeza e intenta recuperar algo de compostura antes de llegar a la puerta del edificio.
Neal sabe que no lleva uno de sus mejores trajes —tuvo que venderlos el mes pasado—, también sabe que necesita un corte de pelo, que alguien le arregle la barba y que su aspecto es menos que aceptable. Pero el mensaje dejaba claro que querían verle cuanto antes y no está en posición de jugar con la única oferta de trabajo que ha recibido en meses.
A pesar de las miradas curiosas que le lanzan los trabajadores que entran y salen por las puertas de Kynaworld, cruza el acceso al edificio con más aplomo del que siente.
—Gracias por venir, señor Clark. ¿Quiere tomar asiento?
Sin su BraceCom, requisado por la seguridad del edificio, Neal se siente desnudo. Todavía aturdido por el hecho de estar allí y por los restos del whisky que corre por sus venas, se deja caer en la butaca que le ofrecen.
—¿Sabe por qué está aquí?
—La verdad es que no, señor…
—Philips, Don Philips. Déjeme que le explique, brevemente, en qué consiste el trabajo para el que le hemos contratado.
—Perdone que le interrumpa —dice Neal, sin pensar demasiado en lo que hace—, pero… ¿no se supone que esto es una entrevista? No es que no quiera el trabajo… Bueno, tampoco estoy diciendo que lo quiera, al menos sin saber en qué consiste, claro. Hasta donde yo sé, he entrado aquí sin trabajo y sin firmar nada, así que…
Se arrepiente casi al instante.
—Tiene usted razón, señor Clark. Aunque, cuando termine de explicarle qué quiere Kynaworld de usted y le haga una oferta por sus servicios, verá por qué asumo que ya está con nosotros —dice con una sonrisa—. ¿Quiere que siga?
Neal hace un gesto de asentimiento. Está claro que debe hablar lo menos posible.
—Kynaworld está trabajando en un nuevo modelo de entretenimiento. Como sabrá, los holovids llevan un tiempo asentados como la principal fuente de placer de nuestra sociedad. Pero no queremos estancarnos ni dormirnos sobre nuestros beneficios para permitir que nos suceda lo mismo que al resto de nuestros antecesores a la cabeza del sector. Sé que usted llegó a trabajar para Amabay y acaba de sufrir la caída de PHIP en sus propias carnes, así que sabe de lo que estoy hablando. —Hace una pausa para comprobar que tiene toda la atención de Neal—: ¿Quiere que siga?
—Claro, continúe, por favor.
El ejecutivo toca la mesa en varios puntos y un panel translúcido se despliega delante de Neal. Un documento estándar de confidencialidad flota llamando su atención y solicitando su firma palmar.
—Necesito que firme este documento. Lo que voy a contarle es, por ahora, información confidencial. Si quiere puede leer que no hay…
Neal pone la mano encima antes de que termine de hablar. Tiene la sensación de que es la primera vez en su vida que puede evitar que el cambio acabe con él. Tiene delante la oportunidad de unirse a la nueva revolución, sea cual sea, antes de que llegue y no va a desperdiciarla. Don Philips sonríe, desliza dos dedos sobre la mesa y el panel se retrae.
—Como iba diciendo, Kynaworld está trabajando en el siguiente hito tecnológico del mundo: realidad virtual global interactiva, VIGR por sus siglas en inglés. No obstante, el objetivo dista mucho de los viejos intentos por acercarnos a mundos virtuales. Ahora tenemos la tecnología y la capacidad de crear algo realmente grande.
—¿Y para qué necesitan a un escritor en todo esto? No me malinterprete, pero creo que los programadores psicológicos y los arquitectos holo serían más adecuados para desarrollar un mundo virtual inmersivo.
—Tiene razón, pero solo en parte. Las experiencias holoísticas se crean para que una persona construya su propio mundo. Cuando se introducen más consumidores en la simulación, el entorno que se genera es una mezcla caótica fruto de la lucha de los deseos de cada uno. Y no, antes de que lo mencione, los entornos de mente dominante no han terminado de encajar.
La última novedad en el holovid, a la que se refiere Don, consistía en una aventura construida y ejecutada por un grupo de amigos. Sin embargo, como no era posible compaginar los deseos de más de una persona a la vez, esas experiencias se diseñaron para que uno de ellos fuera la «mente dominante» del entorno. Esa persona generaba los detalles y el resto de amigos se convertían en espectadores con capacidad de acción limitada. Y, cuando descubrieron que sus propias apariencias dependían de la visión de la mente dominante, el negocio se fue al traste.
—Nuestra intención es crear un mundo virtual estático —prosigue el señor Philips—. O, mejor dicho, varios mundos virtuales estáticos, siempre que el primero de buen resultado.
—Y necesitan escritores para…
—Porque queremos hacer que los usuarios vivan experiencias reales dentro de un mundo real. Y para eso necesitamos conseguir que crean que las personas digitales dentro de este mundo virtual son de carne y hueso. —El ejecutivo clava la mirada en Neal—. Queremos engañar al usuario para poder sumergirle en una experiencia vibrante y real. ¿Entiende por qué necesitamos que sea discreto?
Neal asiente una vez más, concentrándose en las posibilidades que le puede ofrecer un entorno de entretenimiento como ese.
Si lo ha entendido bien, necesitarán narraciones complejas, historias llenas de misterio, excitación y sorpresas con personajes detallados al máximo cuya personalidad sea indistinguible de la suya propia. Los escritores que se sumen al proyecto podrán crear seres con capacidad de vivir las historias por sí mismos. Sin embargo, parte del recelo acumulado durante las dos décadas de trabajo que carga en sus espaldas retienen esa excitación y le fuerzan a aclarar algunos puntos clave.
—¿Tendré libertad para desarrollar una narrativa propia dentro de ese mundo? Quiero decir, podré…
—Entiendo lo que quiere decir, señor Clark. Y la respuesta es sí. Cuando el universo esté en marcha y la ejecutiva dé el visto bueno al proyecto completo, usted podrá diseñar sus propias líneas narrativas. Sin embargo, debe entender que este proyecto todavía está en una fase alfa.
»Estamos trabajando en un prototipo. El objetivo es determinar si somos capaces de crear entes virtuales capaces de interactuar con seres humanos reales sin que estos se den cuenta de lo que son. Tenemos un puñado de perfiles de personas digitales y hemos definido varios roles esenciales dentro del mundo. —Don Philips despliega ante Neal tres documentos—. Por un lado queremos que usted desarrolle una de esas personalidades. —Señala el primer documento—. Además, si el proyecto sigue adelante, nos gustaría que nos ayudase en la tarea de diseñar el entramado narrativo —dice apuntando al segundo—. Aquí tiene el acuerdo de confidencialidad completo que deberá firmar si acepta seguir con nosotros.
Los ojos del escritor navegan veloces por el primer documento. Cuando encuentra la cifra de la remuneración por el trabajo, no puede reprimir una exclamación. Es una cantidad mayor que la que cobraba en PHIP o Amabay. Es más, el número supera a la suma de ambas.
—Puedo enviarle una copia a su BraceCom para que los lea después con calma, en su casa.
—Creo que no hará falta, señor Philips.
Neal coloca la mano sobre cada una de las páginas de los tres documentos ante la sonrisa complaciente del ejecutivo.
Tras escoger un personaje al que dar vida, Neal ha trabajado durante semanas sin descanso para crear un perfil y una personalidad lo más creíbles que ha sido capaz. Lo que en un principio le pareció una tarea sencilla —diseñar un trasfondo, fijar unas motivaciones, una personalidad y dar vida a su modo de hablar—, se ha convertido en un trabajo técnico difícil de comprender.
Nada de lo que ha aprendido a lo largo de los años le sirve ahora para hacer algo así. Las estructuras de los diálogos, el modo de enfrentar a sus personajes a nuevas situaciones, el toque esencial de cualquier personaje realista…, nada de eso le es útil en un entorno como ese. Ahora, Neal, tiene que trabajar codo con codo con un ingeniero de software, Weslie, y un programador, Sean, para construir la lógica que gobernará a la entidad artificial de respuesta inmediata que, de manera cariñosa, llaman Ari.
Neal, que ha invertido los últimos años en contar historias de acción para varones adolescentes con ganas de descargar su ira y frustración, pidió trabajar en una mente femenina. El objetivo que tiene con Ari es el de crear una persona de compañía. No una prostituta o una chica fácil con la que buscar algo de tensión sexual —esos perfiles son muy simples y están demasiado manidos—, sino algo mucho más complicado. Dentro del VIGR que están desarrollando, uno de los proyectos más ambiciosos consiste en dar vida a personajes no humanos, PNH, que acompañen a los jugadores y hagan las veces de registros autobiográficos de su experiencia dentro del juego.
Ari, y las hermanas que compartan su modelo, será la mentora que acompañará al jugador durante toda su estancia en el mundo digital. Motivará a la persona que haya detrás y le guiará por las diversas fases del juego. Para eso, Ari tiene que convertirse en amiga y confidente del jugador que tenga asignado.
Sin embargo, conseguir que Ari entable una conversación con un desconocido es ya un reto en sí mismo.
Escribir diálogos estáticos siempre ha sido algo fácil: no hay más que encadenar una frase detrás de otra, siguiendo una secuencia de acciones preestablecida, añadiendo el toque personal de cada personaje. Incluso las bases de datos de literatura a medida se fundamentan en ese modelo, con la diferencia de que poseían un vasto abanico de opciones. Pero lo que está haciendo ahora es tan complejo que llega a casa todos los días con la mente agotada.
Para que el sistema de redes neuronales que controla a Ari aprenda a responder a una situación sencilla —como saludar a alguien—, necesita pasar horas creando permutaciones de frases distintas entre ella y su interlocutor. El cerebro de Ari necesita tantas opciones de respuesta diferentes para una misma pregunta como sea posible. De no ser así, correría el riesgo de bloquearse y no contestar en una conversación real. Y no solo eso, sino que en el momento en que variase algún parámetro del entorno —luz, hora del día, gente a su alrededor… o la expresión, el sexo, el aspecto y la ropa de su interlocutor—, la respuesta de Ari debería adaptarse a esa variación. Nadie contesta igual a un hombre guapo, musculoso y con aspecto agradable a plena luz del día, que a un hombre feo, desgarbado, desaliñado y con una mueca sarcástica que te aborda en mitad de la noche.
La adaptabilidad es la clave, así como el motivo por el que el trabajo de Neal es tan frustrante y tedioso.
—Hola, ¿cómo te llamas? —dice al ordenador.
—¡Hola! —La voz sintetizada no es perfecta, pero sirve para mostrar el entusiasmo y los matices básicos de la voz de Ari—. Yo me llamo Ari, ¿y tú?
—Hola, guapa, ¿cómo te llamas? —repite, borrando la conversación anterior del registro de memoria del PNH.
—Uhmmm, hola —responde, esta vez más alerta—. ¿Y tú quién eres?
—Hola, guapa, ¿cómo te llamas? —vuelve a preguntar, esta vez modificando los parámetros de atracción sexual.
—Hola. —La línea de comandos muestra el equivalente digital al repaso virtual al que Ari somete a su interlocutor—, ¿Cómo quieres que me llame? —El ordenador responde con un guiño.
—¡Eh! Perdona, ¿nos hemos visto antes? —cambia la línea de acción de su presentación, aunque mantiene el atractivo.
—No creo, aunque no me hubiera importado hacerlo.
Deja el atractivo, cambia de sexo al interlocutor y repite la pregunta.
—La verdad es que no. Me llamo Ari, y tú eres…
Puede tardar horas en hacer entender al cerebro cómo tiene que comportarse en una situación real. La cantidad de matices es casi infinita.
Cuando Weslie se siente satisfecho por lo que él llama la estabilización de los pesos de la red, deja que Neal pruebe cualquier tipo de pregunta que pueda enmarcarse dentro de la situación que estudian. En esos casos, Neal pide a Sean que ajuste los parámetros del interlocutor a su gusto y juega con la mente de Ari.
Pero la red neuronal no siempre aprende a responder como debería. A veces, aunque las respuestas al test de entrenamiento sean satisfactorias, el resultado final es un compendio de palabras, frases, ruidos y gestos inconexos. Según Weslie, el cerebro digital de Ari encuentra atajos matemáticamente viables para resolver las situaciones. Unos atajos que solo entienden ella y su cerebro cibernético. Es entonces cuando Neal puede irse a descansar, mientras Weslie y Sean se encargan de analizar por qué ha sucedido y de preparar un parche que, cuando vuelvan a entrenar a Ari para esa situación, evite el caos.
Tras meses de pruebas, conversaciones repetitivas y cientos de horas calibrando las respuestas de Ari, Neal obtiene luz verde para probar el cerebro positrónico en una conversación real. El ingeniero cree que ya tienen suficientes datos como para que Ari pueda desenvolverse en cualquier situación inicial con un desconocido.
—Hola, Ari. ¿Qué tal estás?
—¿Por qué conoces mi nombre?
La representación holográfica de Ari muestra cómo frunce el ceño y abre los ojos. Está sorprendida, no asustada.
—Perdona, te he oído hablando con tu amiga y lo he aprovechado para poder saludarte.
Su expresión cambia de la sorpresa al agrado. El amago de cortar la conversación de manera inmediata es tan creíble que, incluso a través de las deficiencias de la representación, Neal teme que Ari vaya a dejar de hablar con él. Sin embargo, tal y como esperaba, su programación la obliga a mantener la charla.
—¿Y por qué querías saludarme?
—Bueno, no te voy a engañar, te he visto nada más entrar y he pensado que eras la mujer más guapa del local.
—¿Eso es lo único que te ha llamado la atención? ¿Es lo único que buscas en mí?
El tono de reproche deja a Neal paralizado. Puede notar su mano en las frases que pronuncia, pero sabe que ella misma las ha adaptado para responder de la mejor forma posible. Después de la lentitud de las pruebas y del entrenamiento de Ari, le impresiona ver la soltura con la que es capaz de desenvolverse.
—No, no, lo siento —dice mientras recupera el control—. Pensaba que… Da igual, no quería molestarte.
Se levanta del taburete que han colocado en la barra de bar que han improvisado en el laboratorio y siente una leve descarga en los sensores que lleva en su brazo derecho. Ari acaba de sujetarle.
—Espera, no quería sonar tan borde. Es solo que todos los hombres que entran aquí me tratan siempre como si fuera un objeto. Yo solo escogí esta apariencia para dejar de pasar desapercibida, ahora preferiría volver a ser solo yo.
La ternura y el dolor que despierta en Neal son genuinos. Con ellos llega el orgullo de saber que ha hecho un buen trabajo. El escritor es consciente de que, a pesar de las pocas frases que acaba de intercambiar con Ari, ha llegado a sentir que hablaba con alguien real.
—¡Vaya! —exclama él.
—Lo siento… Perdona, pero todavía no me has dicho tu nombre.
—Neal, me llamo Neal Clark.
—Lo siento, Neal, creo no soy muy buena compañía para ti en estos momentos.
El escritor no puede evitar caer en la trampa que él mismo ha diseñado. Todo en Ari está pensado para hacer que el interlocutor se sienta incómodo, para crear la expectativa de que hay algo misterioso en ella y conseguir que se interese por desentrañar qué es. Y él acaba de hacerlo.
También sabe que debería seguir probando la interfaz conversacional de Ari, pero está exhausto. Exhausto y saturado de tanta ciencia, ingeniería, bucles, permutaciones y parches. Ahora le hace falta un buen trago y una charla de verdad con una persona real.
La primera fase de Ari, su capacidad para entablar una relación con un ser humano, está completa. No lo ha demostrado, tal y como piden los estrictos ciclos de pruebas que han fijado los ingenieros para él, pero sabe que ella pasará todos los tests. Lo que necesita antes de empezar la segunda fase del proyecto es desahogarse, aunque las limitaciones que le impone el contrato de confidencialidad blindado le impiden hablar con sus amigos. Lo único que puede hacer es buscar a otro escritor, dentro de Kynaworld, con el que conversar.
—Oye, Weslie, ¿dónde están trabajando el resto de creadores de almas? No veo que en esta sección haya ninguno, además de a mí.
—Uuuhm, ¿y yo qué sé?
El ingeniero, aunque es brillante y fluido cuando se trata de debatir temas de su competencia, carece de las habilidades sociales más básicas. Sean, sin embargo, siempre está dispuesto a ayudar. Sobre todo si así consigue una excusa para distraerse.
—En esta sección no hay ninguno —contesta el programador—. Los creadores sois tan especiales que tenéis una sección entera para vosotros solos.
—Claro, Sean, el mundo gira alrededor mía. Pero si es así, ¿por qué solo veo vuestras feas caras cada día desde que estoy aquí? Si toda la sección está a mi disposición podría…
—A tu disposición, no —corta Weslie—. El resto depende de que les entregues el trabajo a tiempo, pero daría igual que fueras tú o cualquiera de los otros creadores que hay en el edificio.
Neal ignora el tono cortante del ingeniero y le hace un gesto a Sean para que siga hablando.
—Somos equipos de trabajo estancos. La empresa no quiere que os contagiéis entre vosotros y creéis productos que compartan un solo parámetro. ¿Qué crees que pasa…?
Weslie atraviesa con la mirada a Sean, que calla de manera abrupta.
—¿Que si creo qué?
—Que estás aquí para trabajar, no para hacer amigos, así que vamos a seguir.
—Lo que tú digas. —Neal coge su chaqueta y se levanta—. Me voy a ver si encuentro a alguien menos insufrible que tú.
El escritor sale antes de dar tiempo a que Sean se disculpe en nombre de Weslie. Por el rabillo del ojo, Neal capta a este último pulsando de manera frenética su BraceCom. Es un detalle sin importancia que su mente ha procesado infinidad de veces. Sin embargo, la urgencia de Weslie se suma a la revelación de que no puede contactar con nadie más dentro del edificio y algo encaja dentro de su cabeza.
«¿Por qué tienen tanto empeño en aislarme? —piensa a la vez que atraviesa el laboratorio de trabajo—. Salvo por lo poco que me contó el señor Philips de la fase alfa, no conozco ningún detalle que pudiera poner en peligro el proyecto… ¡Por Dios! Si solo estoy enseñando a hablar a una máquina…».
Nunca le sorprendió que Weslie, Sean o ambos le esperasen cada mañana en la puerta de acceso al edificio, lo tomó como un detalle de compañerismo. Tampoco se paró a pensar en lo extraño que era que la empresa enviase un coche privado a recogerle, pero ahora tiene la sospecha de que están evitando que interactúe con otros escritores.
Se apresura a entrar en el ascensor y pulsa el botón de la planta inmediatamente inferior. La luz parpadea y un mensaje de error aparece en el monitor: «acceso denegado». Enfadado, Neal pulsa todos los botones del panel. Cada uno de ellos hace que aparezca el mismo mensaje, salvo uno. El único piso al que puede acceder con libertad es la planta baja.
La frustración inmoviliza en el ascensor. Su intención era tan sencilla como inocente. Lo único que quería era algo de contacto humano con algún colega. La impresión de verse aislado y sin posibilidad de encontrar una vía de escape para su ansiedad le bloquean.
—¿Neal?
Sean entra y lo toma del brazo para acompañarlo fuera del ascensor.
—Lo siento, Neal. Deberíamos habértelo dicho —se disculpa—. Pero parecías llevar muy bien el aislamiento y, no voy a mentirte, pensábamos que te daba igual.
—¿Vosotros sí podéis cambiar de sección?
—Sí. —Antes de que Neal pueda contestar, añade—: A diferencia de tu trabajo, nosotros necesitamos las sinergias del resto de equipos para poder perfeccionar la mente de Ari.
—Eso no es justo… yo también necesito saber qué están haciendo mis colegas, necesito ideas, refrescar la mente…
—Lo sé, Neal, pero las cosas son así. Si los jefes han decidido que los creadores no podéis interactuar entre vosotros, será por una buena razón.
—Ya, claro, «para que no nos contagiemos entre nosotros». Lo he entendido la primera vez.
Una vibración en su antebrazo le avisa de la llegada de un mensaje urgente. Gira la mano hasta tener el dorso frente a sí y lo lee.
—¿Habéis avisado a Philips?
—Es parte del protocolo. Ellos saben que este trabajo puede quemaros rápido, no te preocupes. Tú lee el mensaje y hazle caso.
Después de subir al despacho del señor Philips, Neal sale del edificio. Sean estaba en lo cierto: los ejecutivos de Kynaworld tienen un protocolo de «vacaciones forzosas» preparado para actuar ante la más mínima señal de agotamiento mental de los escritores. Sabe que debería preguntarse por qué solo activan ese protocolo cuando uno de ellos cae, pero el hecho de utilizar palabras como «protocolo» y «activación» para referirse a darle la baja a un trabajador le hace pensar que sí necesita un descanso.
Don Philips le ha proporcionado tres semanas de vacaciones remuneradas y no piensa desaprovecharlas.
Es la primera vez en meses que llega a su casa antes del anochecer, así que abre la botella de whisky que tiene en el salón. Es la misma botella que no llegó a terminar el día en que recibió la oferta de trabajo, aunque él no le da importancia. Lo que quiere es beber algo y llamar a sus amigos. No podrá contarles en qué está trabajando, pero no es eso lo único que necesita de ellos.
Vacía el contenido del vaso, se da una ducha rápida y pide un taxi. Esta vez no va a ir en transporte público. Esta vez, Neal Clark tiene dinero de sobra para gastar.
Las dos primeras semanas de vacaciones transcurren en un ciclo constante de comida hipercalórica, ducha, fiesta y sueño. Al comenzar la tercera, Neal acude junto a sus amigos a uno de los bares más exclusivos del centro. No quiere repetir un solo local en los días libres que tiene. Así que, tras haber recorrido los locales y salas de fiesta de su zona habitual, ha llegado la hora de ir a por las presas de mayor categoría.
Solo para poder entrar en el Hesperya, deben abonar más dinero del que tenía seis meses antes. Es una cantidad obscena que, a pesar del sueldo que tiene ahora, le hace sentirse culpable. Sin embargo, la fecha que pondrá fin al alcohol y el desenfreno está demasiado próxima como para andarse con remilgos.
Nada más entrar, Neal entiende el motivo de un filtro de acceso tan restrictivo. El local es enorme y hay más de media docena de pistas de baile a distintos niveles. Algunas de ellas parecen levitar sobre el suelo, mientras otras suben y bajan en gigantescos ascensores. Camareros retropropulsados surcan el entorno y llevan copas a reservados a los que Neal no sabe cómo subir. Bailarines profesionales se holoproyectan en pequeños soportes circulares con su ropa escasa y sus anárquicos movimientos. La belleza del local no es nada comparada con la gente que se mueve dentro de él.
Hombres y mujeres, ninguno demasiado viejo, danzan a su alrededor con elegancia y estilo. Incluso los BraceCom que lucen están diseñados y decorados acorde con la ropa que visten. Ni siquiera dentro de la sede de Kynaworld, epicentro tecnológico del mundo moderno, ha podido ver dispositivos y materiales tan sofisticados.
Pasado el primer impacto, sus amigos emprenden la habitual búsqueda de una nueva conquista. Neal, por el contrario, se dirige a la barra. No quiere complicarse la noche. Esperará tomando una copa a que alguno de ellos, Tatum, lo más probable, desista de su misión imposible y vuelva con él.
Encuentra un asiento libre al lado de dos chicas más jóvenes que él que observan todo con curiosidad. Pide un Hohk doble y se sumerge en sus pensamientos.
Al cabo de unos minutos, una de las chicas se levanta y sale a bailar, dejando a la otra, pelirroja y atractiva, sola en la barra. Así que Neal se replantea sus principios. Una cosa es no buscar complicaciones y otra diferente es desaprovechar las oportunidades que le brinda la vida. Vacía su copa y le hace una seña al camarero.
—Ponme otro Hohk doble y, a la señorita, lo que pida.
La chica se gira al escucharle y le mira con extrañeza.
—Hola.
—¡Hola! —La extrañeza pasa por curiosidad y termina en interés antes de saludar—. Me llamo Ivy, y tú eres…
—Neal. —Algo en la joven le resulta familiar—. Perdona, ¿nos hemos visto antes?
Ella desliza la mirada sobre su cuerpo, despacio, repasando al escritor.
—No, seguro que me acordaría. —Da un sorbo a la bebida que el camarero acaba de traerle y añade—: Gracias por la copa.
Él sonríe, mueve la cabeza como respuesta y vacía el Hohk de un trago.
—¿A qué te dedicas, Ivy?
—No creo que quieras hablar de trabajo. —Le guiña un ojo—. ¿Por qué me has invitado?
Neal se pone en estado de alerta. Las palabras suenan diferentes, los gestos son irreconocibles, pero ve en la chica algo de su propia creación.
—No quiero engañarte —dice, del mismo modo que entrenó a Ari—, te he visto nada más entrar y he pensado que eras la mujer más atractiva que he visto nunca, así que he aprovechado que tu amiga te ha dejado sola para hablar contigo.
Aguanta la respiración mientras espera a que llegue la respuesta.
—Qué gracioso eres. ¿Eso es lo único que te ha llamado la atención? ¿Lo único que buscas en mí? —Neal abre la boca, la sorpresa pintada en el rostro, pensando en cómo es posible qué esa chica haya contestado igual que Ari. Pero Ivy no le da tiempo para llegar a una conclusión y continúa hablando—: ¿No será que buscabas a una mujer solitaria y fácil con la que charlar?
La última frase, por su contenido, se sale del patrón de respuestas de Ari. Ari nunca trataría de engatusar a su interlocutor con insinuaciones sexuales. Sin embargo, la forma está ahí. Nota cómo el anzuelo se clava en su garganta y ella tira de él. Está intentando ligar con su propia creación.
—No quería sonar tan borde —dice Ivy con arrepentimiento, fingido o no—. Estoy acostumbrada a que los tíos como tú me entren sin que yo les dé motivos para hacerlo. Aunque, si te soy sincera, no es que tú hayas hecho nada malo. Es que…
El sedal se tensa y siente que la inteligencia artificial de Ari tira de él otra vez. El modelo de habla que tanto conoce suena alterado, como si el cerebro digitalizado de Ari se hubiese pervertido por su conexión con Ivy. Pero no es la alteración de su obra lo que le deja sin habla. Es el hecho de pensar que Kynaworld ha conseguido encontrar la manera de insertar una red neuronal en el cerebro de otra persona.
Neal balbucea algo incomprensible, se levanta y se aleja del bar sin dejar de mirar a la chica. En ella ve cómo la curiosidad y la diversión con la que observa su comportamiento se transforma en comprensión y luego en nerviosismo.
«Ella sabe que yo lo sé», es lo único que piensa el escritor antes de salir del local.
No busca a sus amigos para decirles que se marcha, tampoco les deja un mensaje en sus BraceCom. Neal solo quiere volver a su apartamento. Para al primer taxi que encuentra y apoya el BraceCom en el lector para indicar el destino y pagar la cuota del trayecto. No abre la boca para hablar con el conductor, no se atreve a hacerlo. Necesita estar solo y necesita pensar en qué hará ahora que sabe cuál es su función real dentro de Kynaworld.
El hecho de que usen su trabajo en Ari para alterar el comportamiento de personas reales hace que una sensación de aislamiento y soledad arrase su estado de ánimo. ¿Cómo puede saber quién es real? ¿Cómo saber quién es quien dice ser? Si esa tecnología es posible, si Kynaworld la comercializa a costa del trabajo de escritores ingenuos y desesperados como él, Neal solo puede estar seguro de que él es él. Los demás podrían ser imitaciones artificiales como Ivy.
Dos días más tarde no le sorprende recibir un mensaje de Don Philips. Lleva esperando algo así desde la noche que conoció a la versión humana de Ari. A diferencia de las situaciones que ha imaginado, el aviso no llega acompañado de guardias de seguridad o una carta de despido. Tan solo consta de una breve línea en la que el señor Philips informa a Neal de que su periodo vacacional ha concluido y debe volver a incorporarse cuanto antes.
Cuando termina de leer el mensaje y desliza sus dedos para cerrar el correo, el BraceCom vibra y solicita permiso para activar una llamada oculta de voz. Intrigado, más por la coincidencia del momento en el que la recibe que por la llamada en sí, conecta el auricular que lleva detrás de la oreja y acepta la solicitud.
—¿Con quién hablo? —dice en cuanto suena el pitido de conexión establecida.
—Soy Don Philips. —Cuando Neal abre la boca para preguntar cómo es posible, su jefe se adelanta—. El correo llevaba instalado un rastreador. Hay ciertos detalles que debemos discutir en privado, antes de que se reincorpore con nosotros.
El énfasis con el que Don pronuncia la palabra «nosotros», hace que Neal se estremezca.
—¿He hecho algo mal?
—Por eso le llamo: para determinar si lo ha hecho o no. ¿Le importaría que tuviéramos esta conversación en persona?
El coche recoge a Neal una hora más tarde y lo lleva a la torre de apartamentos donde vive el señor Philips. Al llegar, un guardia del equipo de seguridad privado del ejecutivo le escolta desde el vehículo hasta uno de los muchos ascensores que posee la torre de cristal en la que vive su jefe. Una vez dentro, el hombretón le quita el BraceCom, coloca su huella sobre el lector de selección de planta y sale, dejando a Neal solo con sus pensamientos.
Si la presencia del guardia de seguridad no era suficiente, el hecho de no saber con exactitud dónde está yendo le hace sentirse incómodo. Muy incómodo. ¿Y si la tecnología que están implantando es ilegal? Creía que el hermetismo paranoico con el que tratan la información y a las personas dentro de Kynaworld se debía al miedo a que alguien les robase su trabajo, pero después de conocer a Ivy empieza a pensar que, quizá, haya algo más allá que la simple protección corporativa.
El ascensor completa su recorrido y le indica, con un leve pitido, que ha llegado a su destino. Las puertas se abren y, para sorpresa de Neal, no encuentra un pasillo o una puerta delante de él. Ante sus ojos se extiende una vasta estancia decorada con sobriedad y distinción. Sillones oscuros, mesas de colores metálicos que no ha visto nunca y una gran barra de bar en una de las esquinas combinan a la perfección con el blanco del suelo y las paredes. Neal tarda un rato en comprender que, aunque parece un salón sin conexión con otras habitaciones, existen unos marcos muy finos distribuidos a cada lado. Ni siquiera las puertas rompen con la estética de perfección y pulcritud que le rodea.
—Hola, Neal —dice el señor Philips desde detrás de la barra del bar—. No te importará si te tuteo, ¿verdad? Aquí no hay apariencias que mantener.
—Claro, señor… Don. La verdad es que tanto formalismo nunca ha ido conmigo, pero en Kynaworld parece que todos llevan el protocolo hasta el extremo. —A pesar de las palabras desenfadadas, Neal se mantiene alerta.
—¿Quieres una copa? —dice, invitándole a sentarse en uno de los taburetes que tiene delante.
—Me tienta uno de esos Hohk de importación que tienes ahí, pero creo que ya he bebido demasiado estas vacaciones.
—Sí, entiendo esa sensación. Nos pasa a todos después de tantos meses de trabajo duro —contesta Don—. Si no te importa, yo sí que me serviré una.
A Neal no se le escapa el hecho de que Don, a pesar de la cercanía que muestra en su lenguaje, se sienta frente a él, al otro lado de la barra.
—Neal, no me voy a andar con rodeos innecesarios. ¿Sabes por qué estás aquí?
—¿Porque estáis utilizando mi trabajo con Ari para conseguir que la gente actúe como alguien que no es?
—Esa es una manera exagerada de expresarlo, pero sí.
—No, exagerado es salir a tomar una copa, descubrir que no estás hablando con una persona, sino con una máquina, y que tu jefe te cite dos días después en un lugar aislado y protegido para mantener una conversación.
La máscara de afabilidad del señor Philips se tambalea. La sonrisa desaparece de sus labios y sus ojos centellean.
—¿Es así como quieres llevar esto?
—No —Neal se echa hacia atrás—, pero entenderás, Don, que la situación vista desde mi perspectiva es surrealista y un tanto amenazadora, ¿no crees? Además, tú mismo has dicho que no querías andarte con rodeos, así que te expongo mis preocupaciones de la manera más directa que se me ocurre.
—Entiendo. —Don da un trago y dedica unos segundos a paladearlo—. Entonces permíteme que te exponga yo la situación tal y como es. El proyecto VIGR lleva en vigor desde que aparecieron los implantes de lectura neuronal, hace diez años. Desde entonces, Kynaworld ofrece un servicio de lujo que permite ampliar las habilidades de las personas que lo llevan.
—¿Diez años? —corta Neal—. ¿Lleváis diez años modificando la mente de las personas? ¿Cómo puede permitir el gobierno algo así?
—¿Quienes te crees que fueron nuestros primeros clientes? —Mira al escritor con suficiencia—. Creo que no estás viendo las posibilidades reales de los ModNC. Sin embargo, no estamos aquí para debatir sobre el proyecto, sino para ofrecerte una elección muy sencilla.
El señor Philips vuelve a escrutar a Neal con intensidad.
—Te ofrezco pasar a formar parte de la fase beta de lo que vosotros llamáis «creadores de almas» y controlar el proceso final de las actualizaciones de los ModNC. Trabajarás con las personalidades que creen los escritores alfa y las configurarás de acuerdo con las necesidades del mercado.
—¿Y si digo que no?
—Me temo, querido amigo, que no existe esa opción. La elección que te estoy ofreciendo es simple: o lo haces de manera voluntaria o lo hacemos nosotros por ti.
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Sobre el final
He repasado el texto, editado y corregido su contenido. La idea original tiene mucha miga y, como ves, da casi para crear un mundo entero. Sin embargo, creo que la historia que se cuenta es suficientemente compacta como para que pueda sobrevivir al formato relato.
Un escritor del futuro ve cómo sus posibilidades laborales desaparecen, pierde todo lo que tiene y, de pronto, recibe la oferta de su vida. El problema, como muchas veces en esta vida, es que para sobrevivir tendrá que sacrificar parte de sus convicciones y principios morales.
Tengo escritos varios borradores de cierre posterior a lo que has leído, pero creo que todos ensucian la narrativa con explicaciones absurdas y redundantes sobre lo que va a hacer o no Neal. Ante él se abren dos posibilidades: mantenerse firme y sufrir una modificación mental tan grande como para obligarle a seguir trabajando, o dejarse comprar, ganar mucho más dinero, tener más poder y perder lo que queda de su integridad.
Creo que cada uno debe hacer un poco de introspección sobre qué es lo que haría, pero creo que en unas circunstancias como estas, la decisión es, como dice Don, bastante sencilla de tomar.
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