Tal y como os anunciaba hace dos semanas, voy a publicar una saga de relatos de ciencia ficción llamada Colapso.
Su primera entrega vio la luz en este artículo, en donde os presentaba a su protagonista y una breve descripción del apocalíptico mundo en el que tiene lugar toda la acción.
Sin embargo también os expliqué que, como parte de las modificaciones que está sufriendo El Rincón de Cabal (de las que la más evidente es su nuevo y flamante aspecto), sólo los suscriptores tendrán acceso a los relatos completos de esta saga.
Aquí os ofrezco una parte de este Recuperador.
Y ahora sí…
El Recuperador
El día amaneció oscuro en Zabula Nona. Shack se ajustó con movimientos expertos los cierres herméticos de su máscara vital. Una reciente adquisición, conseguida después de comerciar con algunos de los tesoros más preciados que había encontrado en sus muchos viajes al exterior. Un precio excesivo para una pieza como aquella, pero no para el orgullo de ser el recuperador más joven en poseer una. Esperaba poder amortizar su precio con las horas extra que iba sobrevivir en el yermo gracias a ella.
Escasos minutos antes había ido al puesto de observación de la colonia para ver qué pinta tenía hoy el exterior. A pesar de que hacía horas que la tormenta iónica había pasado, todavía se podían observar residuos electro-radioactivos en la superficie. Pequeños destellos azulados que mostraban las zonas de mayor acumulación de radioisótopos.
Espero haber anotado sus ubicaciones sin errores. No va a ser una salida fácil. Ni siquiera sé si he tomado las precauciones suficientes para hacerlo. Aunque si algo sé es que seré el único con el valor suficiente para salir hoy a la superficie. O el más estúpido.
De hecho, todavía no estoy convencido de si llegaré a poner un pie fuera del refugio. Según los cálculos de la precaria red de meteorología que compartimos con las demás colonias Zábula, una segunda tormenta iónica debería llegar por aquí en pocas horas. Y no hay nadie tan idiota como para enfrentarse a eso, si es que aprecia su vida.
Sin embargo, aunque yo aprecio la mía, no puedo dejar pasar la oportunidad de buscar entre los restos que las tormentas siempre dejan a su paso. Necesito encontrar algo de valor. De no hacerlo corro el riesgo de que nadie me respete ni me tenga en consideración. Tengo que demostrarles que se equivocan. Que no soy un simple basurero y que mi destino es hacer cosas grandes.
Desecho mi frustración con un manotazo en la máscara de protección y vuelvo a concentrarme en la salida. Cuanto más grandes y violentas son las tormentas, más cantidad de reliquias de la vieja civilización traen consigo. Y la de anoche fue una sobre las que se hablará durante mucho tiempo.
Compruebo que los sellos del traje de protección SFOD están bien sellados y que las placas de control de niveles de radiación muestran su tranquilizador color azul.
Estoy listo para salir.
O, al menos, todo lo listo que puedo estar.
Recorro en absoluto silencio los pocos cientos de metros de túnel que separan mi escondite de una de las puertas de seguridad de acceso al complejo. No quiero llamar la atención de ninguno de los otros recuperadores saliendo por la puerta principal. Mucho menos la de los soldados que controlan las entradas y salidas del personal. Hoy no van a dejar pasar a nadie y yo quiero poder salir y entrar sin que nadie se de cuenta de que lo he hecho.
Un saludo procedente de una de las galerías secundarias de mi derecha me sobresalta.
—Hallo Shack, ¿tan mal te sentó lo de anoche que pretendes suicidarte?
La formación militar que recibimos todos los zabulanos junto con mis muchos años de práctica en el exterior de la colonia toman el control. Mi mente bloquea con efectividad cualquier señal de alarma que pudiera desencadenar un ataque de pánico. Mi corazón deja de latir, entrando en un modo de ahorro de energía previo al combate. Está listo para volver a bombear con toda la fuerza que sea posible cuando mi cuerpo lo necesite, aunque deje mis manos congeladas en el proceso. Mi concentración se eleva al máximo, algo que en el exterior garantiza que mi cuerpo reaccione en el tiempo que duran dos latidos. Salto hacia mi lado izquierdo, buscando apoyar la espalda contra la protección de la pared y giro mi cuerpo para encarar a la amenaza. Antes siquiera de notar el duro hormigón reforzado, saco mi pequeña pistola de descarga de su funda y apunto con mano firme hacia el origen del sonido.
—¡Eh! No hace falta que me dispares por ponerte las cosas un poco difíciles, neuken —me espeta una voz femenina.
—¿Leisha?
—¿Y quién sino iba a ser pedazo de stront?
Bajo el arma sin quitar ojo de la joven. Leisha, a pesar de estar erguida con los brazos entrelazados sobre el pecho, no me llega siquiera a la altura del mentón. Delgada y fibrosa. Con unos labios carnosos, una pequeña nariz y unos ojos del color del acero. Bonita, a su manera, sin llegar a ser una mujer exuberante. Cualquiera que no la conociera bien podría confundirla con una indefensa chica de placer, de las que circulan por el mercado negro de las colonias. Bueno, eso si es que no se fijasen en las delgadas cicatrices que resaltaban el perfil de su rostro ni en el corte militar de pelo.
Por si alguien fuera tan estúpido como para pasar por alto las señales más obvias, tendría que volver a la realidad cuando sintiera la seguridad que emana siempre de ella. O la dureza de su mirada. Una mirada que habla de horrores y experiencias que nadie querría soñar. Una mirada que parece prometer violencia a todo aquel que intente hacer algo que no le guste. Algo yo ya he tenido el dudoso honor de conocer y que no consigo olvidar.
Bajo el arma con rapidez, intentando que Leisha no note que la firmeza me ha abandonado las manos.
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—Joder, ¿qué narices haces tú en estos túneles? —Pregunto con brusquedad mientras mi corazón vuelve a bombear sangre y un vergonzoso rubor me sube por las mejillas.
—¿Acaso eres el único que los conoce? —Contesta—. Además de joven y sinvergüenza eres un poco ingenuo, ¿no crees, kleine rat?
Sus ojos emiten un destello de diversión y en sus labios se esboza algo parecido a una sonrisa. Me muerdo el labio inferior con fuerza mientras no puedo evitar perderme en sus voluptuosas curvas en un intento por desnudarla con la mirada.
Hoy lleva el cobrizo cabello recogido en una coleta, dejando a la vista la pálida piel del largo cuello que, en un arrebato de estupidez y locura, anoche intenté besar. Todavía me escuece la cara por la vergüenza y el énfasis con el que rechazó mi torpe flirteo.
Sigue vistiendo la misma ajustada camiseta térmica sin mangas junto con los anchos pantalones de color marrón y sus botas militares. Nunca se quita el uniforme de mercenaria.
Al ver ese hermoso rostro, su delicada figura y su belleza innata, nadie llegaría a decir que Leisha es una de las mercenarias más letales de todo el Anillo de Colonias del Este. Ni siquiera yo me lo había llegado a creer hasta que probé sus habilidades de combate en primera persona.
¿Cómo había podido soñar siquiera con tener alguna oportunidad con ella? Sólo soy un recuperador de segunda clase que casi no ha alcanzado la mayoría de edad. No tengo familia ni fama. Ni siquiera soy capaz de conseguir un equipo de recuperación de primera calidad. Y no hablemos ya del equipo mínimo que me haría falta para acompañar a una de las caravanas menores de suministro. No tengo nada que pueda llamar su atención. Aunque… ¿por qué está aquí? Nadie sabe que voy a salir a hacer una recuperación.
—¿Has terminado ya de quitarme la ropa con los ojos? —Dice torciendo los labios y estrechando los párpados—. Te advierto de que por mucho menos que eso hombres más grandes que tú han perdido su hombría.
Intento dar un paso atrás, pegándome aun más contra la pared. Es tan guapa como aterradora. Trago saliva con tanta fuerza que Leisha no puede contener una carcajada.
—Venga weinig, no tienes por qué tener miedo. No voy a morderte… al menos no todavía.
—No tengo miedo —respondo con más seguridad de la que siento—. ¿Qué haces aquí? ¿Has venido a terminar de humillarme?
—Las colonias no giran en torno a ti, weinig —dice con una sonrisa.
—Puede que no, pero esta es mi salida y no quisiera que topases con alguno de mis regalos intentando seguirme —empieza a molestarme que me tome el pelo—. Y deja de llamarme «vaineg» o lo que sea eso.
—¿Te refieres a esas burdas trampas para ratas? —Contesta ella encarando una ceja—. Tranquilo pequeño, solo quería ver quién iba a ser el loco que se jugase el culo por salir a pescar algo de basura. No esperaba que fueras tú el único de la colonia con algo de valor.
—¿Estoy soñando o eso ha sido un cumplido?
—¡Hè! Solo es un estimulante para tu ánimo, ya sabes, para que cuando mueras allá arriba puedas recordar mi bonita cara diciéndote algo agradable —y dándose la vuelta empieza a caminar en sentido contrario—. Si vuelves de una pieza ven a verme, quizás tenga algo para ti… si es que traes algo de valor.
No sé qué contestar a eso. Me quedó allí plantado, en mitad del túnel secundario de mantenimiento del área oeste, observando cómo Leisha se marcha. El corazón me late desbocado al son del contoneo de sus caderas. Algún día me mirará con otros ojos que no sean de lástima y burla.
Aunque pensándolo mejor… ¿La dama de hierro acababa de hacerme una proposición? Si es así ahí está mi oportunidad de acercarme más a ella. Más me vale salir y encontrar algo de verdadero valor. Eso sí, y conseguir volver para contarlo.
Con energías renovadas y una seguridad que no había sentido nunca antes de una salida me dirijo hacia mi pequeña salida de evacuación. Está escondida entre un caótico mar de corredores y escombros provenientes de una época anterior a cualquier habitante vivo de Nona. Ya no siento dudas. Ahora sólo puedo pensar en conseguir algo con lo que presentarme orgulloso delante de Leisha.
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Atravieso la segunda esclusa de contención sin siquiera pararme a pensar en la locura que estoy haciendo. Ni siquiera me acuerdo de activar el Cronómetro de Seguridad Vital del traje. Sólo puedo sonreír como el idiota que soy.
Hoy mi suerte va a cambiar.
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