Tenía pensado escribir un artículo para hablarte de la ciencia ficción en Asia, de las nuevas noticias que corren en busca del futuro distópico y oscuro que he diseñado para Mariposas de Acero. Tenía pensado contarte cómo conecté la actualidad con ese futuro, bastante lejano en el tiempo, y cómo fui pervirtiendo a mi humanidad, hasta convertirla en una neohumanidad que existe bajo el yugo de una máquina.
Pero no voy a hablarte ni de Mariposas de Acero, ni de ciencia ficción. Y si me apuras, tampoco te voy a hablar de escritura.
Hoy quiero romper una lanza en favor de la calidad, del esfuerzo y del trabajo duro. De la formación, el aprendizaje y la búsqueda de la excelencia. De por qué hay que huir de lo rápido y fácil y del fracaso de la sociedad actual por buscar siempre la inmediatez de todo.
Sí, quizá sí que te voy a hablar de escritura. Pero te voy a hablar de algo más.
Aprender a aprender
Existen varios caminos para llegar a la excelencia de cualquier tarea. Lo más tradicional es estudiar (carrera, grado, FP o como quieras llamarlo) y entrar al mercado laboral. Podrías aprender de otras maneras, estudiar en otros sitios, pero el resultado sería el mismo: necesitas adquirir conocimientos.
Después, viene la parte más jodida del asunto. Has dedicado tiempo y esfuerzo a algo y te das cuenta de que nadie te quiere (contratar). Porque te falta la segunda de las cosas más importantes para alcanzar esa excelencia de la que hablamos: experiencia.
Cuando entras al mercado laboral (y yo he entrado media docena de veces en otros tantos sectores distintos en la última década) te encuentras con que, en efecto, no sabías nada. La teoría está muy bien, pero lo que te va a dar el reconocimiento es la experiencia. Y a eso solo se puede aprender nada más y nada menos que practicando.
En ese mundo laboral, lo normal es que entres por la parte baja de la pirámide. Que seas un becario, alguien en prácticas o el escalafón más bajo de la cadena alimenticia de la empresa.
Y eso es fantástico. Porque te encontrarás con la primera de las soluciones a la falta de experiencia: mucho trabajo que no sabes hacer para el cuál te asignarán a un mentor. Voluntario, involuntario, forzoso o no, pero acabarás teniendo un mentor.
Gente que, con mucha más experiencia que tú, destinará parte de su tiempo a enseñarte. Te corregirá, te indicará por dónde tirar, te explicará y convertirá esa masa bruta de conocimiento en una herramienta útil y práctica.
Sí, es cierto que muchas veces esos mentores forzosos no quieren hacer su trabajo. Les parece una pérdida de tiempo, les agotas, les molestas… pero al final, incluso entre malas caras y contestaciones secas, se pueden encontrar auténticas perlas.
Te lo digo yo, que trabajé en consultoría en los peores proyectos que vio esa empresa en… bueno, quizá no hayan visto proyectos peores nunca. Y aún así me enseñaron, aprendí y crecí… Aunque esto daría para abrir un blog entero.
El caso es que, después de ese aprendizaje y ese camino acompañado por un mentor, llega el verdadero reto: hacer las cosas (bien) por ti mismo. Es entonces cuando echas a volar (permíteme el cliché) y descubres la cantidad de cosas que puedes hacer sin ayuda.
Cuando, como dicen algunos, empezarás a aprender de verdad.
Pues bien, la escritura funciona exactamente igual.
Aprender a escribir
Nadie nace con el talento innato que lo convertirá en un escritor que facture miles de euros mensuales por sus libros. La realidad es que no facturarás ni siquiera 10€ de media al mes durante tu primer año. O quizá nunca pases de esa cantidad.
A escribir se aprende de muchas formas, pero todas ellas siguen un patrón idéntico al anterior.
Necesitas formarte, necesitas estudiar, necesitas practicar, necesitas que alguien te acompañe y solo entonces estarás preparado para escribir algo realmente digno.
Fíjate que digo escribir algo realmente digno, no publicar.
Formación
La formación es siempre vital. Da igual que estemos hablando de una capacidad artística (escritura, pintura, escultura…). La necesidad de una base de conocimiento es siempre, siempre, siempre necesaria.
No me cansaré de repetirlo.
Y esa formación requiere de muchísimo tiempo.
En los últimos 5 años (y cojo 5 por excluir la consultoría, mi trabajo como investigador o la universidad) he aprendido técnicas, estilo, tipos de voces narrativas… He aprendido de marketing, de redes sociales, de networking… Y he aprendido PHP, CSS, HTML y JS… y otras muchísimas cosas con las que podría llenar un artículo entero.
Y no es que me guste aprender. El proceso en sí me parece tedioso y molesto, pero sé que es necesario para poder ver lo que sí me gusta: los resultados.
Ya sea a través de cursos, libros, vídeos online o artículos, necesitas aprender. Pero aprender bien y no de cualquier manera.
Porque no todo vale.
Elige con criterio
Otra de las cosas que he visto mucho últimamente es cómo personas sin formación, experiencia, criterio o pruebas demostrables de alguno de los puntos anteriores, dan consejos, sentencian y tratan de volcar sus escasos conocimientos mal adquiridos en los demás.
Y encima gratis.
Con las redes sociales, con internet, es muy fácil dar una opinión. Lo difícil, lo verdaderamente difícil, es saber de quién puedes fiarte y de quién no.
Me temo que el 90% (por no decir el 95 o el 99) de los que ofrecen su experiencia por internet, en realidad no tienen ni pajolera idea de lo que hablan. Han oído y leído cosas y te las repiten como si fueran palabra de Dios.
Como te decía, yo llevo 5 años estudiando para ser escritor y no me siento cómodo afirmando tajantemente que algo se debe hacer así o asá.
Y esta es una pieza clave para el siguiente punto.
Práctica
Una vez que se adquiere el conocimiento necesario, llega el momento de empezar a afilar los cuchillos. La teoría está muy bien, pero lo que verdaderamente nos aporta satisfacción es aplicar ese conocimiento.
Cuando se trata de una habilidad artística, como la escritura, siempre se corre el riesgo de frenar en esta etapa. De pensar que nosotros solos podemos llegar a ser Picasso, Stephen King o Prince. Que el paso natural para cualquier artista es (1) leer, (2) practicar un poco y (3) éxito asegurado.
El problema de la práctica sin guía es que el estudiante no tiene criterio suficiente para juzgar si su trabajo es bueno o no. Ese estudiante solo cree que es bueno…
Y no, no existe eso de «es mi arte y no lo entiendes». Eso es solo la excusa de los mediocres para quedarse en lo fácil y no refinar sus habilidades. Una patraña que nos venden en esta sociedad hasta en la sopa. No, las cosas no se consiguen sin esfuerzo. No, no se aprenden idiomas en 3 días por correspondencia. Se aprenden yéndote a vivir al país correspondiente, hablándolo hasta para ir al baño.
César Mallorquí lo cuenta de manera espectacular en su blog en una serie de artículos de las que ya tenemos 3 entregas:
Mentoría
Como esa práctica no es suficiente, porque no tenemos el criterio necesario para juzgar, criticar y mejorar, necesitamos que alguien nos juzgue. Alguien con criterio, como te decía antes.
Una persona que, por su trayectoria profesional, por su experiencia o porque es su trabajo, nos ayude a ver dónde fallan nuestras historias. Que nos dé un repaso en la estructura, en el planteamiento de la historia, en el avance de la trama, en las voces, los narradores, el estilo… en todos esos elementos (que son muchos) que conforman una Historia (con mayúscula).
Esa persona, ese mentor, no va a decirte cosas agradables. Igual que tu primer jefe no te dirá nada bonito cuando te encargue hacer algo de lo que no tienes ni pajolera idea y vea lo que has hecho.
Pero todas esas cosas que te dirá serán por un motivo. Un buen mentor te dirá qué está mal, te hará ver los errores, te hará odiarte a ti cuando los veas, y te enseñará las maneras que habría de arreglarlo.
Convertirá esa mierda que es cualquier borrador (y me refiero al borrador de escritor que eres) y lo convertirá en algo mucho más decente a ojos de cualquiera.
Aunque vuelvo a repetirme: no todo vale.
Casi nadie sabe hacerlo bien
Las personas con la capacidad suficiente para coger el barro sucio y pringoso de un escritor que empieza y convertirlo en algo útil son pocas.
Muy pocas.
Y desde luego no son esas personas que lees en Facebook o en Twitter diciéndote cómo debes hacer las cosas, que critican a los demás o que se atreven a cuestionar a los que ya asientan su vida sobre unos pilares que tú ni siquiera llegas a vislumbrar.
Me encantaría hablar del daño que hacen el ego y la ignorancia en los artistas, pero creo que este artículo se me iría de las manos.
Son personas que se sientan contigo, leen tus textos y te dicen sin pelos en la lengua que eso que han leído es una mierda. Que para no ser una mierda tienes que aprender esto, lo otro, repensar tu idea, replantear tu historia y volver a empezarla.
Son lo más difícil de encontrar en este mundo y en muchos casos hace falta pagar para que nos hagan caso.
Pero créeme si te digo que, cuando lo encuentres, será lo mejor que hayas hecho en tu vida.
Publicar Todo lo demás
Solo cuando tu formación, tu práctica, tu experiencia y aquellas personas que realmente saben más que tú te dicen que estás listo para ir más allá, podrías empezar a plantearte los siguientes pasos.
Y fíjate que no hablo de publicar. Hablo de mostrar tu texto al mundo.
Aunque deberías estar tranquilo. Si has llegado hasta aquí, si has aprendido, escrito, sufrido, llorado, corregido y evolucionado como escritor, si has encontrado a esa persona de confianza (pagada o no) que te dice de todo corazón que tu historia está bien, lo más seguro es que hayas aprendido la lección más importante.
Que cualquier obra necesita muchísimo trabajo. Que no eres perfecto. Que todos cometemos muchos errores y que necesitamos que otros nos revisen para dejarlo perfecto.
Habrás conseguido la humildad necesaria para comprender cuál es la verdadera necesidad de un corrector, un maquetador, un portadista, un editor… de todas las personas que forman la cadena de valor de un libro.
Porque su objetivo no es sacarte los cuartos, criticarte o cambiar tu manera de escribir. Su objetivo es que un trozo de piedra brille con luz propia y valga su peso en oro.
En resumen
Todo este artículo giraba en torno a una misma idea: calidad vs cantidad. Me he detenido demasiado en el proceso de llegar a tener algo de calidad y no me ha dado tiempo a desarrollar la respuesta a esa pregunta. Pero creo que has entendido por dónde voy.
Para escribir no basta con ponerse 30 días a vomitar 50.000 palabras. No basta con aprender cuatro cosas, ponerle una foto de portada, cuatro clichés en la sinopsis y utilizar las facilidades de internet para sacarlo a la venta.
Para escribir hay que pasar por un proceso largo, complejo y laborioso de perfeccionamiento personal. Hay que esforzarse durante 300 días, no 30. Hay que escribir 500.000 palabras, no 50.000. Y hay que aprender que siempre nos quedarán cosas por mejorar.
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